El imperio taiwanés de los chips en el epicentro de la geopolítica global

A principios de julio, la taiwanesa TSMC ingresó en el selecto club de gigantes tecnológicos con una valoración bursátil superior al billón de dólares. Solo era cuestión de tiempo que la octava empresa más grande del mundo alcanzara este umbral. Al fin y al cabo, fabrica los chips más avanzados que existen, esos que están detrás de la explosión del mercado de la IA generativa. Sin embargo, su trayectoria ha corrido en paralelo a un proceso de globalización que ahora se resquebraja. ¿Podrá adaptarse para sobrevivir a este cambio?

No es exagerado decir que los semiconductores son el motor de la economía actual. Su presencia es ubicua en nuestra actividad diaria. Están en todas partes, ocultos en todo tipo de artilugios, máquinas y dispositivos, desde vehículos y equipos médicos, hasta smartphones y servidores en centros de datos invisibles a nuestros ojos.

Tuvo que pasar una crisis sanitaria y el colapso de las cadenas de suministro para que nos diéramos cuenta del papel esencial que juegan en la economía. En el verano de 2021 la escasez de chips encendía todas las alarmas. El salto repentino de la actividad económica al entorno digital, combinado con el colapso del transporte internacional, hacían que los codiciados chips no llegaran, provocando que sectores enteros de la economía se tambalearan. 

Al mismo tiempo, quedaba patente que la compleja cadena de valor de la industria de semiconductores, con especialistas dispersos por todo el planeta y operando a gran escala, era sumamente frágil. Había que diversificar la fabricación. Romper dependencias, ganar autonomía y ser resilientes.

De la noche a la mañana, se produjo un resurgir de las políticas industriales. Reducciones fiscales, subvenciones, avales o inversiones directas. Todos los mecanismos eran pocos para atraer fábricas y empezar a producir localmente. La carrera entre los distintos bloques económicos por atraer inversiones dejaba facturas desorbitantes: 47.000 millones de dólares en Europa, 39.000 millones en EE.UU., 17.500 millones en Japón y alrededor de 142.000 millones en China. La fabricación de semiconductores se había convertido en una pieza clave del tablero geopolítico. Y en el centro de este se encontraba Taiwán, hogar de TSMC. 

TSMC: El nacimiento de un gigante

A principios de los años 80, el sector de semiconductores estaba dominado por las grandes multinacionales americanas. Sin embargo, a mediados de esa década, Morris Chang, un experimentado ejecutivo de Texas Instruments, decidió trasladarse a Taiwán con el objetivo de hacer competitiva la industria de semiconductores local. No contaba con el talento necesario para el diseño de chips. Así que, en un movimiento audaz, ideó un nuevo modelo de negocio que transformaría el sector.

Hasta entonces, la fabricación y el diseño de semiconductores estaban integrados, siendo el diseño el principal factor diferenciador entre las empresas. Morris decidió cambiar este paradigma dedicándose exclusivamente a fabricar los diseños de terceros. Nacía así Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC). A partir de entonces, coexistieron tres tipos de empresas en el mercado: las que integraban diseño y fabricación, las que solo se dedicaban al diseño (nofab) y las que, como TSMC, solo fabricaban diseños de terceros (pure-play foundry). De hecho, visto con perspectiva este movimiento permitió acelerar la innovación en toda la industria tecnológica. Por ejemplo, sin esta división entre fabricación y diseño, una empresa como Nvidia, actualmente uno de los principales clientes de TSMC, probablemente no existiría. Sus inicios habrían requerido una elevadísima inversión de capital.

Además de fuertes inversiones, también era necesario un alto grado de especialización y personal cualificado para poder cumplir con el nivel de exigencia de la ley de Moore, haciendo que el tamaño de los transistores se fuera reduciendo hasta alcanzar unas dimensiones inverosímiles. Basta pensar que actualmente los chips más avanzados miden menos de 3 nanómetros. Es fácil deducir que la complejidad en su fabricación y las demandas de innovación han ido creciendo exponencialmente. Como resultado, a principios de esta década, TSMC tenía una cuota de mercado cercana al 90% en los chips más avanzados, los que se encuentran en los últimos modelos de Apple o en los data centers de los gigantes de cloud.

TSMC: la octava empresa más grande del mundo

Mientras Nvidia conseguía fugazmente convertirse en la empresa con mayor valoración bursátil del mundo, impulsada por el auge de la IA generativa, los inversores mantenían cierta cautela con su proveedor TSMC. De hecho, a pesar de que en el último año ha experimentado una fuerte demanda, seguido de un aumento en sus ingresos, la empresa ha tenido una revaloración menos espectacular, y es que estar en medio de las tenciones geopolíticas añade una prima de riesgo a su cotización.

Finalmente, a principios de julio conseguía superar la barrera del billón de dólares. No ha sido fácil, pero ahora todos los gigantes de la nube quieren diseñar sus propios chips, y ninguno está considerando fabricarlos. Para TSMC, esto no significa necesariamente mayores ingresos, pero sí una mayor diversificación de sus fuentes. Hasta ahora, un pequeño grupo de clientes ha tenido un impacto desproporcionado en su balance financiero. Antes de la carrera global para desarrollar servicios de IA, si bien grandes clientes como Apple eran rentables, también implicaban gestionar las ventas cíclicas asociadas a los lanzamientos de nuevos productos. Sin embargo, la demanda de chips por parte de los proveedores cloud es regular y constante. Necesitan actualizar continuamente los centros de datos en busca de una mayor capacidad de cómputo para competir en el mercado de IA. Además, la expectativa es que la demanda de cómputo salte de los centros de datos a los dispositivos de los usuarios generando un nuevo ciclo de renovación. En síntesis, los ingresos de TSMC crecen, se diversifican y son regulares.

TSMC: los próximos años de la industria de semiconductores.

La lucha por la hegemonía económica ha venido acompañada de un resurgir de las políticas de industrialización y, con ello, un aumento significativo en la capacidad de producción en el medio plazo. Se han anunciado la construcción de fábricas por todo el mundo. Sin embargo, estas tardan años en construirse, por lo que es factible que, durante los próximos años, cuando estén operativas, se produzca un exceso de oferta.

Por otro lado, aunque TSMC mantiene el liderazgo indiscutible en el mercado de los semiconductores más avanzados, competidores como Intel han cambiado su estrategia y ahora, además de integrar fabricación y diseño, también entran en el negocio de fabricar chips diseñados por terceros. Por ejemplo, a principios de año firmaron un acuerdo con Microsoft por valor de 15.000 millones de dólares para abastecer de chips sus centros de datos.

Por último, si hay algo que realmente representa una amenaza para TSMC, son las tensiones geopolíticas. Durante los últimos años, la rivalidad entre las principales superpotencias ha tenido un ojo puesto en esta empresa. Esto explica por qué la taiwanesa ha decidido empezar a trasladar parte de su capacidad de fabricación a otras regiones. Por ejemplo, ha optado por establecer varias fábricas en Arizona. En 2026 espera que comiencen a producir chips de 3 nanómetros y en 2028 de menos de 2 nanómetros. Es decir, Estados Unidos está, décadas más tarde, en vías de volver a producir chips de última generación a gran escala dentro de sus fronteras.

TSMC encarna no solo la punta de lanza de la innovación tecnológica mundial, sino también los desafíos y la complejidad de intentar revertir la globalización. La importancia de esta empresa es tal que las decisiones que está tomando hoy tendrán un impacto en cómo será la industria tecnológica en los próximos años. Si logra superar con éxito los desafíos actuales, seguirá redefiniendo los límites de lo posible en la computación, impulsando así una nueva era de inteligencia artificial.

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