En los años 80, el número uno del tenis mundial, John McEnroe, demostraba su carácter en la pista cuestionando las decisiones de los jueces. Suyo era aquello de «¿Bromea o qué? ¡La bola entró!». Una frase que más tarde rescataría una marca de cuchillas de afeitar para un anuncio de televisión. Hoy, este mítico jugador no tendría ningún juez de línea al que intimidar. Recientemente, Wimbledon ha anunciado que seguirá los pasos de otros torneos, como el Open USA, y en 2025 sustituirá a los jueces de línea por inteligencia artificial. El ojo de halcón ya no será una herramienta de consulta. Las decisiones serán automatizadas. Dejaremos de ver a esas personas agachadas al fondo, con las manos en las rodillas, mirando fijamente las líneas.
Al margen de la nostalgia que esto provoca, cualquier jugador apreciará la precisión que aporta la máquina. No hay espacio para el error: la bola está dentro o fuera. No se equivoca. Es infalible. Recientemente, tras perder un punto decisivo por una polémica decisión del juez de silla, Nadal y Alcaraz quedaron eliminados de las Olimpiadas de París. Ya solo podemos especular qué hubiera pasado si la decisión la hubiera tomado una inteligencia artificial.
Pero el tenis no es el único deporte en el que las máquinas nos examinan. En la gimnasia deportiva, también han comenzado a evaluar los ejercicios. Varias cámaras graban a los gimnastas durante sus ejercicios. A partir de estas imágenes, se genera un modelo 3D de sus posturas. Después, la inteligencia artificial las compara con un canon previamente establecido y, finalmente, califica a los gimnastas en las distintas pruebas, ya sea en suelo, barras o salto.
Aquí, a diferencia del tenis, la decisión no es binaria. No se trata simplemente de determinar si la bola está dentro o fuera. En este caso, existe una amplia gama de resultados posibles. Además, los baremos de evaluación van cambiando. Es como si en el baloncesto la línea de triple se moviera. Los gimnastas introducen nuevos elementos que la Federación Internacional de Gimnasia (FIG) clasifica y ajusta continuamente según su nivel de dificultad. Además, se tiene en cuenta cómo se recomponen tras cometer fallos o la elegancia de ciertos movimientos. Hay una subjetividad inherente. Pero entonces ¿cómo puede una inteligencia artificial evaluarlo? ¿Cómo puede sintetizar su puntuación en un número y llegar a una calificación justa y objetiva?
Ahora bien, también podemos trasladar preguntas similares a los jueces. Al fin y al cabo, tienen que evaluar aspectos como la apertura de las piernas, la curvatura de la espalda y la posición de la cabeza, todo ello en los pocos segundos que dura el ejercicio. La máquina, en este caso, se convierte en un asistente. Al igual que sucede con el VAR del fútbol, es una herramienta de consulta que se utiliza cuando surge una disputa, ya sea cuando un gimnasta cuestiona una nota o cuando los jueces no se ponen de acuerdo. Así, la combinación de juicio humano y precisión de la tecnológica nos acerca a evaluaciones más justas y transparentes.
La secuencia en que interviene la inteligencia artificial es importante. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto. No es lo mismo que los jueces evalúen primero y luego consulten si es preciso, que tomar la decisión después de ver el veredicto de la máquina. Estas últimas son implacables detectando errores: pueden identificar una desviación de solo unos centímetros en un movimiento, algo imperceptible para el ojo humano. Entonces, ¿podría un juez contradecir a la máquina y otorgar un diez perfecto a una gimnasta, como hicieron en el pasado con Nadia Comaneci?
Es cierto que los jueces pueden tener sesgos de forma consciente o no. Las competiciones internacionales son un ámbito donde la rivalidad entre bloques económicos va más allá de lo deportivo. El medallero olímpico es un indicador informal de la posición que ocupan en el mundo. Algunos países pueden sentir la tentación de ejercer ciertas presiones sobre los jueces. La inteligencia artificial puede ayudar a cerrar disputas, evitando este tipo de condicionantes externos.
En el último Mundial, celebrado en Bélgica en 2023, ya se utilizó un sistema de apoyo a los jueces (JSS, por sus siglas en inglés), desarrollado por Fujitsu, cuyo propósito original era ayudar a eliminar los sesgos en la evaluación de los atletas para conseguir calificaciones más objetivas y justas. Ahora, también los gimnastas lo usan en sus entrenamientos para perfeccionar su técnica, y los espectadores, para entender mejor qué se valora. En síntesis, cambia cómo se evalúa, practica y experimenta el deporte. Las máquinas seguirán formando parte de nuestras vidas y evaluándonos en ámbitos tan diversos como el legal o el académico. Los ejemplos que nos ofrece el deporte demuestran que la inteligencia artificial puede llegar a sustituir al ojo humano, pero cuando se trata de una evaluación compleja el juicio de las personas es insustituible. El rol de la máquina queda relegado a un papel consultivo. Quizás estos casos sean un campo de pruebas que indique el camino de lo que está por venir en muchas otras esferas de nuestra vida.
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