El asalto a los cielos de la cultura popular: Netflix revienta Hollywood con ‘K-Pop Demon Hunters’

Dos meses después de su estreno en ‘streaming’, la cinta más vista de la historia de Netflix debuta en el cine. Como número 1. La historia del séptimo arte se reescribe

Hay fechas y acontecimientos que hay que marcar y entender en una dimensión que va mucho más allá de la noticia en sí. La noticia es breve: K-Pop Demon Hunters, una película de animación original de Netflix que llevaba ya dos meses pululando por el gigante streaming, se ha estrenado en cines de Estados Unidos. Y lo ha hecho como la película más taquillera del momento, sumando 19,2 millones de dólares en su primer fin de semana.

Vayamos más allá del titular, para entender las dimensiones históricas de lo que este trae consigo. Lo más evidente es cómo vuela por los aires algo asumido como regla de oro en aquellos estrenos que debutan en la gran pantalla: las películas que triunfan en taquilla, que justifican el enorme desembolso de desplegar en decenas de miles de salas de todo el mundo una obra, más el marketing que acarrea, tienen que ser, parece de perogrullo, un estreno exclusivo. Una primera vez.

K-Pop Demon Hunters, de Netflix, que es ya la película más vista de la historia de la plataforma con 236 millones de visionados (piensen que la plataforma, globalmente, cuenta con 302 millones de suscriptores para marearse con la cifra), ha roto estas reglas. Su popularidad, con una mezcla, a la moda, de cine fantástico y el K-Pop, la tendencia musical coreana que arrasa mundialmente, le ha permitido que cuando ya la ha visto, bastante literalmente, todo el mundo, la gente está dispuesta a pagar (cuando su visionado les sale ‘gratis’ desde el sofá) por experimentarla en la gran pantalla.

Claro… Cuando uno compara este fenómeno con lo que sufre la competencia, se ve por qué el modelo de Hollywood, perenne desde hace unos tres lustros, palidece en comparación. El gran problema que arrastran las majors de Hollywood clásicas (las grandes productoras de cine como Disney, Universal, Paramount y Warner) es que han estructurado sus negocios en base a que, anualmente, una o varias películas tengan que ser pelotazos de unas dimensiones estratosféricas: esto es, películas que superen los 1.000 millones de dólares para justificar presupuestos que, si se cuenta también los costes de marketing, pueden alcanzar (caso de Avengers. Endgame) los 600 millones de dólares. Y la regla es muy sencilla. Para entrar en números verdes, en la vida cinematográfica de un título, hay que doblar (y algo más) los costes totales. O sea, que si uno quiere ganar dinero, y se gasta 600 en una película tiene que lograr más de 1.200 millones de dólares. Y eso es algo que solo han conseguido 28 películas en toda la historia del cine.

Ahora, una compañía como Netflix, que tiene una estrategia completamente distinta (y bastante salvaje) de inundar de contenido su plataforma y tirar al mar —un poco como hacen las editoriales literarias de los grandes grupos— cientos y cientos de títulos para ver cuáles nadan, descubre que el canal cinematográfico de pantalla grande puede ser un complemento de lujo para aquellas producciones que mejor le funcionen. Evidentemente, los 100 millones que le ha costado a Netflix producir K-Pop Demon Hunters están amortizadísimos a estas alturas con 236 millones de visionados (para hacernos una idea de lo que significa ese número, uno de los últimos grandes éxito de Hollywood desde el COVID, Del revés 2, logró apenas 160 millones de entradas vendidas, según datos de webs especializadas como The Numbers). Pero ahora, de rebote, ve que puede comandar la taquilla con un título ya amortizado.

Ahondemos aún más en el análisis y veamos qué ha provocado ese modelo de Hollywood de las películas milmillonarias. Año 2000. El global de la taquilla de todo el planeta devolvió unos 12.000 millones de euros. La número 1 fue Misión Imposible 2, pero de los otros 10 títulos más taquilleros solo otro, X-Men, era cine de franquicia. Repasemos el resto del Top 10: Gladiator, un péplum de Ridley Scott; Náufrago, un drama de Robert Zemeckis con Tom Hanks de protagonista; Lo que piensan las mujeres, una comedia romántica con un giro fantástico (escuchar, obviamente, lo que piensan las mujeres) y Mel Gibson capitaneando; Dinosaurio, una muy curiosa cinta de animación de Disney con dinosaurios y meteorito; Cómo el grinch robó las navidades, comedia fantástica y navideña de Jim Carrey; Los padres de la novia, otra comedia romántica; La tormenta perfecta, una de catástrofes naturales dirigida por el especialista por antonomasia; Wolfgang Petersen. Y, cerrando la lista, Robert Zemeckis otra vez con Lo que la verdad esconde, un thriller de horror con Michelle Pfeiffer y Harrison Ford. Es decir, que del top 10 de películas más taquilleras del año 2000, ocho eran producciones originales, con el reclamo, además, de quién las protagonizaba y de los géneros más variopintos.

Viajemos ahora al año 2019; el del apogeo del cine superheroico. Lo primero que hay que decir es que en menos de 20 años el cine había multiplicado sus ingresos de aquellos 12.000 millones de euros a más de 33.000. Es decir, triplicó la facturación y la inflación, por sí misma, ni había llegado a doblar el precio de las cosas (cerca, pero por debajo); la distorsión se debía a un solo fenómeno: los superhéroes. Repasemos el top 10 de 2019: Avengers: Endgame, El rey león (imagen real), Frozen II, Spiderman: Lejos de casa, Capitana Marvel, Joker, Star Wars Episodio IX – El ascenso de Skywalker, Toy Story 4, Aladín (imagen real). Hemos pasado de un 80% de títulos originales en lo más alto de la taquilla a un 0%. Y hemos pasado de una enorme diversidad de géneros en esos títulos a solo dos sabores de helado: o blockbuster de acción fantástico (en su mayoría, superheroico) o gran película de animación con estructura, también, de blockbuster.

¿Quieren saber cómo vamos en 2025 hasta ahora? Lilo y Stitch (imagen real), Minecraft (adaptación del videojuego), Jurassic World: El renacer, Cómo entrenar a tu dragón (imagen real), Fórmula 1: La película, Misión Imposible: Sentencia Final, Los cuatro fantásticos, Capitán América: Un nuevo mundo. Solo Fórmula 1 como cinta original (y se podría discutir si es cine de franquicia, porque desde luego es cine de “marca”) y el resto… lo que llevamos viendo ya tres lustros. Una eterna repetición. Con una excepción. La película más taquillera de 2025 ya no es de Hollywood. Es una superproducción de animación china llamada Ne Zha 2.

Volvamos a K-Pop Demon Hunters y muy concretamente a su ADN; a quién la escribe y quién la dirige. Chris Appelhans y Maggie Kang son dos buscavidas de Hollywood. Chris se pasó la primera parte de su carrera como artista conceptual (los que ilustran las secuencias y momentos clave de una película, amén de desarrollar visualmente los mundos de fantasía tan de moda en el audiovisual; los que visualizan las películas antes de que caiga la primera claqueta) para muchas de las cintas más prestigiosas de la animación reciente: Fantástico Mr. Fox, Coraline o El gato con botas, por citar tres. Allá por 2021 decide hacerse un “toma el dinero y corre” y se embarca a dirigir una superproducción china de animación, El dragón de los deseos, producida por Sony, Tencent (el gran gigante chino del entretenimiento) y finalmente comprada y estrenada por Netflix. Misma historia para Maggie Kang, coreana reubicada en Canadá (como la directora de Materialistas, Celine Song) a la que DreamWorks ficha cuando aún era una estudiante de animación.

Es decir, que esta enormemente exitosa película, que recoge tendencias contemporáneas que van más allá de Hollywood, está hecha en realidad por… dos veteranos de Hollywood.

Se ha señalado, en más de una ocasión, que la crisis de originalidad del cine ha venido en paralelo a la edad de oro de la televisión. Es decir, que la etapa de parálisis de originalidad que vive Hollywood era autoinfligida; que no se trataba de un problema de una generación de cineastas que no tienen ideas propias o voz, sino de una industria que durante un periodo de tiempo excepcionalmente largo (¡más de 15 años!), ha obligado a sus mayores talentos a pasar por el aro de las franquicias. Casos paradigmáticos son el de cineastas como James Gunn, que en los inicios de su carrera firmaba obras de género fantástico tan bizarras y estimulantes como Slithers o Super, para luego desembocar en un cineasta exclusivamente centrado en el mundo de los superhéroes (al punto de que ahora capitanea el universo DC; el de Batman y Superman).

Al mismo tiempo, dos compañeros de segunda fila logran un fenómeno global con una cinta original como es K-Pop Demon Hunters.

Pero es que la madriguera de conejos es aún más profunda. Este mismo año, Crunchyroll (la plataforma streaming de animación japonesa más importante del mundo, con, ojo, más de 120 millones de usuarios) publicaba un estudio de un fenómeno que se viene constatando: los nacidos de mediados de los 90 para adelante, la generación XYZ, es, mayoritariamente, fan del anime; mucho antes que de las franquicias de Hollywood. Un 53% se declaraban fanáticos de este tipo de animación; una subida de más del 13% con respecto a la generación anterior, la mía; los millenials. ¿Cuáles son las características de esta industria?

Hay varias fascinantes y dos, al menos, merecen ser tocadas aquí, porque explican el quid de la cuestión, ese salto de una cinta que la gente ya había visto en casa, con tremendo éxito, a reverla en la gran pantalla.

En el anime, el paso número uno son webs donde autores suben sus webnovels; esto es, literatura. Novelas con historias publicadas a lo folletinesco, capítulo a capítulo, disponibles de manera gratuita que van acumulando fans por todo el mundo. Lo que triunfa allí, en esa jungla de ficción, es captado por las editoriales y transformado primero en manga (los tebeos japoneses) y luego en series de animación. Cuando el fenómeno crece hasta dimensiones tremebundas, llega todo lo demás: cine, videojuegos y mercadotecnia. Pero es un proceso abierto a cualquiera; incluso, a otros países. Solo Leveling, la serie de animación más popular del momento, es coreana. Y la compañía china Mihoyo triunfa con sus universos fantásticos de estética anime en videojuegos como Genshin Impact o Zenless Zone Zero. Es decir, que una misma historia vive varias veces en un ascenso a medios artísticos cada vez más caros y populares. Lo mismo que saltar de la pequeña a la gran pantalla.

Otro rasgo que caracteriza al anime es su gigantesca diversidad de géneros. Allí no solo triunfa un tipo de sabor. Una de las series anime más populares del momento, Los diarios de la boticaria, versa sobre una huérfana experta en hierbas y brebajes obligada a navegar los vericuetos de la China imperial. Como les decía, el origen se encuentra en las novelas escritas y publicadas gratuitamente online por una joven autora, Natsu Hyūga, que ni siquiera muestra su rostro en público; las raras veces que participa en un evento, cubre sus ragos con una máscara de jabalí, el avatar por el que se la conocía en las páginas web de novelas por capítulos.

Es en este pulso por la atención mundial del gran público, por cómo funciona y qué desea la cultura pop global, donde K-Pop Demon Hunters y su número uno en taquilla cobra su verdadera dimensión. De lo que hablamos no es, simplemente (y ya daría para ríos de tinta), de que la líder de la taquilla sea una película que ya hemos visto en casa puede que hasta varias veces. De lo que hablamos es que el rostro de la cultura popular está en pleno periodo de transformación y que su anterior efigie, la del sueño de Hollywood, está resquebrajada. Se cae, literalmente, a pedazos.