En 2017, cuando se fundó CoreWeave, el mundo de la tecnología giraba en torno a dos tendencias que acaparaban titulares, capital y entusiasmo: la inteligencia artificial y blockchain. La compañía se decantó por la segunda. Su plan era sencillo: invertir en capacidad de cómputo para hacer minería de bitcoins, aprovechando la fiebre por las criptomonedas que parecía no tener techo.
Por entonces, casi nadie dudaba. Las monedas digitales no solo habían llegado para quedarse, sino que muchos creían que estaban destinadas a reemplazar al dinero tradicional. Pero en 2019, el mercado de bitcoin se desplomó. En menos de una hora, perdió un 15 % de su valor y, con él, el sueño de muchos mineros se hizo añicos. Más tarde, el mercado se recuperaría y volvería a crecer, pero esa es otra historia.
CoreWeave, sin embargo, no esperó a que el mercado se recompusiera. En ese momento crítico, tomó una decisión que marcaría su rumbo: en lugar de retirarse, cambió de estrategia. Redirigió toda su capacidad de cómputo hacia el mercado de la IA. Además, aprovechó la salida de otros mineros para adquirir sus equipos a precio de saldo. Como resultado, lejos de reducir su capacidad, la aumentó.
La decisión resultó ser acertada. La empresa había encontrado un nicho de mercado menos especulativo y más estable, y su negocio prosperaba. Y entonces, como si todo encajara en el momento justo, ocurrió algo que nadie había previsto: ChatGPT irrumpía en el mercado, y CoreWeave ya estaba ahí, con el modelo de negocio adecuado, en el lugar correcto. Para cuando el mundo empezó a descubrir el potencial de la IA generativa, esta pequeña compañía ya estaba lista para aprovechar la oportunidad. Su relación privilegiada con Nvidia, uno de sus primeros inversores, les garantizaba el acceso a los chips más codiciados del planeta.
Es fácil deducir que todo esto se tradujo en un aumento de sus ingresos. Pero esa no es toda la historia. Ese crecimiento acabaría impulsando algo más: una nueva categoría de servicios en la nube, las llamadas neoclouds, proveedores especializados en ofrecer capacidad de cómputo como servicio (GPU como servicio). Esto era justo lo que el mercado, de repente, necesitaba con urgencia: acceso inmediato a la infraestructura necesaria para entrenar y ejecutar modelos de IA.
Este mercado comenzó a crecer con fuerza, y junto a CoreWeave surgieron nuevos proveedores que también ofrecían acceso a potentes GPUs para inteligencia artificial. Eso sí, cada uno con una estrategia distinta. Lambda se especializó en empresas que entrenaban modelos a gran escala. Paperspace apostó por la facilidad de uso, dirigiéndose a desarrolladores y startups. Y una multitud de pequeños proveedores se centró en competir en coste.
Pero no fueron los únicos. En Europa, la llegada de nuevos proveedores marcaba una oportunidad estratégica. Durante años, el continente había dependido de los gigantes tecnológicos, actores con los que ya no podía competir en igualdad de condiciones. El giro hacia una infraestructura en la nube centrada en IA abría algo más que una vía de negocio: ofrecía una posibilidad de recuperar soberanía digital. De pronto, los proveedores locales encontraban margen para crecer de nuevo y empezar a romper una dependencia que, durante demasiado tiempo, se había asumido como inevitable.
De hecho, esta oportunidad de mercado ha dado lugar a un nuevo ecosistema. Empresas como Fluidstack, Sesterce o Nscale están liderando el nuevo mercado. Estas neoclouds europeas se articulan en torno a tres pilares: soberanía digital, cumplimiento normativo y sostenibilidad. Tres conceptos que, hasta hace poco, parecían incompatibles con la velocidad y escala del negocio tecnológico. Los próximos años serán decisivos para saber si este nuevo ecosistema tecnológico puede, efectivamente, competir de igual a igual con sus competidores americanos.
Mientras tanto, el mercado de IA sigue creciendo, y por ahora parece haber espacio para todos. El futuro de compañías como CoreWeave podría tomar varias direcciones: consolidarse como líder, ser adquirida por un gigante de la nube que busque reforzar su presencia en IA, o verse superada por competidores que presionan por precio o por actores locales con propuestas centradas en soberanía y regulación.
Actualmente, CoreWeave se prepara para su próximo gran movimiento: salir a bolsa con una valoración que podría alcanzar los 32.000 millones de dólares. Pero no todo son buenas noticias. A pesar de sus perspectivas de crecimiento, la compañía enfrenta un riesgo significativo: una deuda cercana a los 8.000 millones de dólares que deberá saldar antes de que termine el año.
La pregunta que ya circula en los mentideros financieros es si podrá gestionar ese nivel de endeudamiento, sin comprometer su capacidad para seguir invirtiendo en la infraestructura necesaria para competir con los gigantes del sector. Su éxito dependerá tanto de factores financieros como geopolíticos. Cada vez que Trump presiona con sus aranceles, mayor es el afán del resto del mundo por fomentar sus propios campeones locales.
El mundo observa y lo que suceda con CoreWeave será más que un simple movimiento financiero, podría ser la señal de la próxima gran transformación en la infraestructura que sustenta la inteligencia artificial.