Todos los negocios son negocios de software. Desde las entidades financieras que codifican sus servicios para que escalen con eficiencia, hasta los fabricantes que envuelven sus productos en datos y aplicaciones para crear servicios de valor añadido. Además, lo desarrollan a diario para satisfacer la insaciable demanda de actualizaciones y nuevas funcionalidades por parte de los clientes. Las aplicaciones ya no se crean para durar, sino para cambiar.
Sin embargo, si uno se para a ver detenidamente cómo trabajan los desarrolladores, se dará cuenta de que su actividad mantiene, pese a los esfuerzos industrializadores, un componente artesanal. Es habitual que, incluso entre los más experimentados, busquen y reutilicen fragmentos de código escritos por otros antes. Una vez que encuentran la pieza que buscan, la copian y pegan dentro de su propio código, adaptándola a un nuevo propósito. Al final, crear software es como hacer un collage en el que se van combinando múltiples fragmentos de software.
El auge de los asistentes: transformar la experiencia del desarrollador
Thomas Dohmke, CEO de GitHub, una de las principales plataformas para el desarrollo de software, se percató de las ineficiencias de este proceso. En 2021 decidió facilitar la vida a los desarrolladores creando un asistente integrado en su flujo de trabajo. Su objetivo era evitar que tuvieran que estar saltando de una pantalla a otra, ofreciendo todas las herramientas necesarias en un único lugar. Este asistente, que denominó Copiloto, utilizaba inteligencia artificial para, anticipándose al desarrollador, completar automáticamente líneas de código, ofrecerle sugerencias, o encontrar e integrar nuevos fragmentos de software.
Según la última encuesta, a más de 90 mil desarrolladores, de Stack Overflow, ya hay un 45% que utiliza este tipo de asistentes para escribir código. Entre sus ventajas declaran una mayor productividad y agilidad. Ser desarrollador nunca volverá a ser lo mismo. Su papel se ha desplazado a la supervisión y refinamiento de lo que proponen los asistentes. Ahora bien, todavía hay un 55% que se resisten, que ven un riesgo de pérdida de datos o de propiedad intelectual en su uso. A este temor se añade la preocupación por la seguridad de unos asistentes que han sido entrenados con código antiguo que puede contener vulnerabilidades desconocidas cuando se escribió, pero ahora susceptibles de ser explotadas.
Los asistentes se emancipan: agentes inteligentes autónomos que razonan
Actualmente, los asistentes se han vuelto más comunes, gigantes tecnológicos como Amazon, Microsoft, Meta o Google ofrecen sus propias versiones junto a especialistas como Tabnine. Sin embargo, cuando apenas nos estábamos familiarizando con la idea de convivir con ellos, han irrumpido en el mercado un conjunto de startups con una aproximación disruptiva: crear agentes inteligentes capaces de realizar varias tareas consecutivas de forma autónoma. Para ello apuestan por mover la frontera de la IA generativa de la predicción al razonamiento, entendido este como la capacidad de planificar y tomar sus propias decisiones. La magia surge cuando se combinan modelos de lenguaje de gran tamaño (LLM) con técnicas de aprendizaje por refuerzo.
Entre estos disruptores se encuentra Cognition Lab, una empresa surgida de la nada que, a principios de 2024, sacudió el mercado al presentar a Devin, un agente inteligente al que denominan «ingeniero de software de inteligencia artificial», capaz de crear, por ejemplo, una página web en cinco minutos siguiendo unas simples instrucciones. Todavía tiene que pasar una prueba de realidad y enfrentarse al mundo real para encontrar sus casos de uso.
En mercados tan incipientes, siempre es útil seguir el dinero para ver cuál es su verdadero potencial. Por ejemplo, Cognition Lab ha recibido una inversión de 21 millones de dólares del afamado inversor Peter Thiel, mientras que competidores como Magic AI e Imbue han recibido 117 y 200 millones de dólares respectivamente. En otras palabras, el capital riesgo que merodea Silicon Valley está apostando por la creación de agentes inteligentes.
Entonces, ¿habrá desarrolladores en el futuro?
El debate sobre cómo se verán afectados los desarrolladores está servido. Por ahora, su número a nivel mundial sigue creciendo. Se espera que este año alcance los 28,7 millones, uno más que en 2023, según Statista.
Los asistentes están consiguiendo que los desarrolladores sean más ágiles y productivos y que, los menos experimentados, pueden avanzar más rápido en su curva de aprendizaje. De hecho, cada vez va a costar menos aprender nuevos lenguajes de programación. En un gesto provocador, Jensen Huang declaraba que el próximo lenguaje de programación sería el inglés, dando a entender que no haría falta aprender ninguno, y que cualquiera que se lo proponga podrá programar. Pero, aún no estamos ahí.
Respecto a los agentes inteligentes, capaces de razonar y actuar de forma autónoma, todavía tienen que pasar un test de realidad hasta encontrar sus casos de uso. Si su principal propuesta de valor es la velocidad para codificar, no van a encontrar su espacio en la empresa si se produce a costa de la calidad. Tampoco pueden sustituir a un desarrollador al completo, sino algunas de sus tareas. Al fin y al cabo, el proceso de creación de software es colaborativo, multidisciplinar y creativo, lo que hace que sea difícil de automatizar.
Si metemos todo esto en una coctelera y la agitamos, tendremos un resultado incierto. En algunos casos, la máquina sustituirá al desarrollador en determinadas tareas; en otros, lo aumentará y, en un futuro por definir, hará que cualquiera pueda programar.
De momento, estamos en «el día 1» de una nueva tecnología, y como siempre, su brillo nos hace sobreestimar su impacto a corto plazo… y subestimar el que tendrá a largo plazo.
El tiempo nos dirá si Jensen Huang termina teniendo razón.