Todos hemos notado, como usuarios de smartphones, que al usar ciertas aplicaciones la batería se agota más rápido. En ocasiones, recurrimos al modo ahorro de energía para prolongar el tiempo de uso del dispositivo. Lo hacemos porque, incluso cuando no estamos utilizándolo, algunas aplicaciones siguen operando en segundo plano, consumiendo la batería de manera constante. Por otro lado, aquellos que nos resistimos a cambiar de dispositivo con facilidad nos vemos forzados a hacerlo cuando no podemos actualizar el sistema operativo, lo que provoca que el dispositivo quede obsoleto. Estos ejemplos cotidianos muestran cómo el software afecta directamente tanto al consumo energético como a la vida útil de los dispositivos y el consecuente aumento de residuos.
Lo que ocurre con los smartphones es un reflejo a pequeña escala de lo que sucede en toda la infraestructura tecnológica: el software define el impacto de todo tipo de hardware, ya sea un dispositivo, un servidor o un microprocesador. Es decir, aunque en sí mismo no contamine, su impacto indirecto, a través del hardware en centros de datos y redes de telecomunicaciones, es significativo. Estos actualmente contribuyen entre el 2% y el 4% de las emisiones globales, una cifra comparable a la de la industria de la aviación. Si la tendencia actual continúa, esta proporción podría aumentar hasta el 14% para 2040.
En este contexto, emerge el software verde como solución. Se trata de una nueva forma de entender cómo se desarrolla y consume, que está ganando adeptos entre los proveedores tecnológicos. Empresas como Salesforce están lanzando iniciativas para optimizar el código, reduciendo el tiempo de procesamiento y con ello el consumo de energía. Estas iniciativas también incluyen una gestión eficiente de la memoria y el almacenamiento, el uso de servicios de computación en la nube menos contaminantes (por ejemplo, vinculando el cómputo a los picos de producción de energía renovable o a localizaciones de centros de datos con un mejor mix energético) y la implementación de herramientas de monitorización de consumos para identificar ineficiencias y estimar la huella de carbono para tomar acciones que la mitiguen.
Salesforce no es la única en apostar por un software sostenible. En 2021, de la mano de empresas como Microsoft y Accenture, nació la Green Software Foundation, una asociación vinculada a la Linux Foundation, que actualmente cuenta con 64 miembros, incluidos gigantes tecnológicos como Intel, importantes referentes en el desarrollo de software como ThoughtWorks o grandes empresas usuarias como Goldman Sachs y Amadeus.
La fundación trabaja sobre unos principios originalmente propuestos en 2019 por Microsoft y actualizados en 2022. Por ejemplo, uno de estos establece la necesidad de medir el impacto de las iniciativas. El objetivo es hacerlas accionables, evitando que se queden en meras declaraciones de intenciones o en una herramienta de marketing para el lavado de imagen. Para ello han desarrollado una metodología que permite calcular la intensidad de carbono del software (SCI, por sus siglas en inglés), un concepto que cuantifica el impacto energético del software en términos de emisiones de CO2 y que recientemente se ha incorporado al estándar ISO.
Desde el sector público también se busca impulsar el desarrollo de software sostenible. En España, el Ministerio de Transformación Digital y Función Pública lanzó en 2022 el Programa nacional de algoritmos verdes, más centrado en el desarrollo de aplicaciones analíticas y de IA. Otra iniciativa muy interesante es la certificación de software verde que emite el Ministerio de Medio Ambiente alemán. Un requisito curioso para las aplicaciones que deseen obtener esta etiqueta es que no pueden contener publicidad digital. La razón es que cada vez que se muestra un anuncio, se activan procesos que consumen energía en centros de datos y redes de telecomunicaciones. De hecho, las subastas en tiempo real para decidir qué anuncio verá el usuario son especialmente intensivas en el procesamiento de datos, lo que multiplica su huella de carbono. Actualmente se está extendiendo una preocupación entre los propios anunciantes (p. ej. Toyota), que comienzan a tomar conciencia de la ingente cantidad de energía que conlleva este modelo de publicidad.
Adoptar una perspectiva de sostenibilidad permite identificar conexiones ocultas y prácticas digitales que, sin darnos cuenta, tienen un impacto negativo. Al igual que con la publicidad digital, también podemos preguntarnos por el coste medioambiental de la actividad de las empresas Internet. Hace unos años, un investigador estimó el consumo energético de un solo video publicado por una celebridad como Cristiano Ronaldo, y el resultado fue impactante: ¡era equivalente al de un hogar promedio durante seis años!
Ahora, traslademos este ejemplo a empresas globales: ¿hasta qué punto intervienen criterios sostenibles en el desarrollo de sus páginas web? Al tomar conciencia de su huella digital, pueden implementar acciones para reducirla. Incluso pequeños gestos pueden marcar la diferencia. Es importante no caer en la trampa de pensar que solo las grandes iniciativas son valiosas. Todo cuenta.
Al final, si todos los desarrolladores de aplicaciones, páginas web y modelos de IA, tanto de grandes corporaciones como de pequeñas empresas, adoptaran los principios del software verde, podría evitarse que la industria tecnológica termine siendo responsable de un alarmante 14% de las emisiones globales en 2040.
Ninguna empresa puede ignorar esta realidad: el software verde ha llegado para quedarse. Nos acerca a la solución de un problema urgente al buscar nuevas eficiencias, medir progresos y fijar objetivos. Es el momento de mostrar un mayor liderazgo y compromiso. En palabras de Asim Hussain, director ejecutivo de la Green Software Foundation: “Si les das a los ingenieros un problema, encontrarán una solución. Pero a menudo lo que necesitan es el permiso, el visto bueno de la dirección, para saber que esto es una prioridad. Por eso es fundamental que las organizaciones hagan públicos sus compromisos y actúen en consecuencia».