Cada mañana Mireia lleva un termo con un litro de café a la oficina que consume durante las primeras horas de su jornada laboral. Desde hace seis años trabaja en una compañía llevando las redes sociales, la comunicación y las tareas administrativas y asegura que cuando entró a trabajar empezó a notar que cada día estaba más cansada. Al principio creía que se trataba de una falta de hierro o de algún desajuste en su cuerpo, pero pronto se dio cuenta de que su nuevo trabajo tenía mucho que ver con su estado.
La empleada cuenta a Retina: “Cuando llevaba un mes en la oficina, decidí ir al médico para exponerle mi situación. Tras una conversación, me explicó que lo más seguro era que mi trabajo, y sobre todo el horario sumado a un exceso de jornada, tenían la culpa de que mi cansancio no cesase. Aun así, me mandó una analítica para descartar, pero, como bien predijo, estaba todo perfecto”.
Desde entonces, fue incrementando poco a poco su consumo de cafeína y a día de hoy ya consume casi un litro y medio al día. Mireia añade: “Mi horario es de nueve a dos y de cuatro a ocho de lunes a viernes, y algunos sábados por la mañana, vamos, una matada. Así que me tomo casi todo el termo de café durante la mañana y una lata de Coca-Cola en la comida para aguantar lo que queda tarde en la oficina”.
Como ella, más del 75% de los españoles que toman café lo hacen para tener más energía, según el Informe sobre los Hábitos de Consumo del Café en España, que apunta que el volumen de trabajo es la segunda causa de cansancio, precedida por la mala calidad de sueño.
Si progresamos en la escala de abusos de estimulantes nos podemos encontrar con Paco, que ha pasado de consumir simple café “a mansalva” a añadirle dos Monster al día para aguantar su jornada laboral. Nos cuenta su caso: “Al principio solo tomaba café, pero yo lo que necesito en mi trabajo, además de estar espabilado, es energía, así que me fui acostumbrando al Monster y al Red Bull,y ahora los consumo cada día”. Explica que cuando ingiere esas bebidas siente “un chute” y que, lo más probable, es que sin esas dos latas no pudiese aguantar sus jornadas laborales, y añade: “Podría trabajar algunos días, pero no de forma constante como ahora”.
Y es que, por desgracia, el placer de tomarse un café con churros con los amigos no tiene nada que ver con la relación que Paco y Mireia tienen con la bebida. Las idas y venidas a la máquina de la oficina para aguantar despierto por la mañana (y muchas veces por la tarde e incluso por la noche) son una rutina que consideramos inocua, pero que, en muchas ocasiones, es parte de una dinámica nociva que daña la salud de los trabajadores.
El consumo de sustancias legales y sin receta es solo la punta del iceberg. Los paracetamoles, ibuprofenos, Nolotilesy Tramadoles también son consumidos por multitud de trabajadores en muchas y diversas profesiones para sostener su jornada laboral. Una de las personas que ha consumido pastillas durante años para aguantar sus jornadas es María, que ha trabajado toda su vida cuidando a personas mayores dependientes. Al no disponer siempre de una grúa para poder manejar de forma más segura a los ancianos, muchas veces tenía que cogerlos a pulso para limpiarlos y lavarlos. Con el paso de los años, desarrolló problemas de espalda y brazos, por lo que afirma que no le “quedó otra opción” que medicarse cada mañana.
María recuerda: “No podía dejar mi trabajo, así que empecé a tomar medicamentos para los dolores y así poder aguantar. No debería ser así, pero no tenía otra opción. Cuando llegaba a casa me ponía la manta eléctrica, pero eso era todo. Medicación y cuidarse lo máximo posible al terminar la jornada”.
El segundo escalón de consumo de sustancias para sobrellevar la explotación laboral, en el caso particular de María, lo subió porque los medios técnicos necesarios para el desarrollo de su trabajo en condiciones saludables y sin riesgo para su integridad eran insuficientes. Necesitaba una grúa para bañar y cuidar a los pacientes y, al no disponer de una, ella acababa convertida en la grúa, con el consecuente efecto negativo sobre su salud. De nuevo, este caso refleja cómo la precariedad y el consumo de sustancias están relacionados.
Cada escalón que se sube es menos amable y más peligroso. De las sustancias con receta, hay trabajadores que pasan al consumo de sustancias ilegales, es decir, al consumo de drogas. En España, entre 2019 y 2022, el 3,1% de la población de 16 años a 64 años empleada o parada con trabajo previo consumió cocaína en los últimos 12 meses. La cifra supone un aumento considerable respecto la de 2013, cuando el porcentaje era del 2,4%, según el último informe del Observatorio Español de las Drogas y las Adicciones.
El texto refleja que el sector de la construcción es en el que más se consume, seguido del de actividades artísticas, recreativas y deportivas. De este último proviene Antonio, que estuvo trabajando varios años como mozo de instalaciones para eventos musicales. Allí fue cuando conoció la cocaína de cerca, ya que algunos compañeros la consumían desde primera hora para aguantar la jornada. Antonio recuerda: “Me sorprendió mucho ver a gente drogarse desde el lunes por la mañana. No era un tiro un día de fiesta, era uno o dos tiros para aguantar, necesitaban esa energía…”.
Como él, Cristina asegura a Retina que durante varios veranos vio cómo algunos de sus compañeros de hostelería consumían cocaína para aguantar “los momentos más duros del día”. Momentos en los que la tensión y la sobrecarga de trabajo era máxima, sobre todo en los meses de verano y en zonas turísticas. Pero esta no es la única droga que se consume en entornos laborales. El LSD también ha pisado más de una oficina como mecanismo para intentar mejorar el rendimiento laboral.
En el último extremo de este escalón, encontramos una droga 15 veces más potente que la cocaína: la metanfetamina, también conocida como Shabú. Esta sustancia se asocia a personas con trabajos precarios que la consumen para poder aguantar más horas. En Barcelona, concretamente en el barrio de Raval, la Policía ya alertó sobre esta sustancia, y en 2019 las entidades filipinas de la zona dieron la voz de alarma por los efectos que estaba causando entre su colectivo. De hecho, existen diversos testimonios que asocian la precariedad, sobre todo centrada en las interminables jornadas, con su consumo.
El motivo por el que se consumen todas estas sustancias es claro: producir, producir y producir. Esto resulta en una macabra composición que el trabajador tiene que jugarse la salud, jugarse la vida, para pagarse el pan (y la droga) que le permita vivir (y seguir).
Rendir más allá del 100%, soportar cargas de trabajo desproporcionadas por falta de personal, atender diversas funciones que, en muchas ocasiones, son incompatibles en un solo puesto de trabajo o simplemente mantener o aparentar un estatus de ejecutivo acostumbrado a soportar cualquier tipo de presión son cosas que solo se sostienen con excitantes y, en el peor de los casos, con estupefacientes. Producir, aguantar y trabajar, en muchas ocasiones, por encima de la propia salud.
*Alejandra de la Fuente es periodista, autora de ‘La España precaria’ , y responsable de distintas cuentas de @MierdaJobs desde las que expone ejemplos de los empleos más indignos y precarios que encuentra.