Me contaba, muy contenta, que había tenido un mal momento frente a su nueva conquista en vías de desarrollo. A pesar del episodio habían mantenido el contacto: “Hoy en día te hacen ghosting por mucho menos”, me aclaró. El hecho en sí era irrelevante, aunque le pareció entonces una catástrofe. Quizá una pequeña muestra de nerviosismo, un comentario más romántico de la cuenta, o una insinuación de plan de futuro. Las manifestaciones de humanidad no están permitidas en esta edad contemporánea.
Seguimos hablando del tema, intentaba convencerme de que era un buen sistema, “si a los tres días no sabes nada, pues ya sabes que tienes que pasar página”. Tres días. A mí me da ansiedad sólo de pensarlo. Me parece pisar hielo o cruzar la calle con los ojos cerrados.
No lo niego, las cosas vienen y van, no hay que apegarse demasiado, hay que dejar ir y todo el manido rosario de las nuevas tendencias. Pero a mí, como en ¡Olvídate de mí!, me tendrían que practicar cirugía cerebral para que olvidase a alguien que me gusta. O tendría que tomar una droga diseñada para un olvido selectivo, utopía alucinógena de mi amado Ray Loriga. Pero bueno, supongo que no estamos hablando de mi.
No creo que los fantasmas desaparezcan. Los fantasmas siempre se quedan, como almas que han dejado algo pendiente. Todos sabemos cómo eliminar a un fantasma, consiguiendo resolver un acontecimiento inconcluso. Nada mejor para no olvidar a alguien que desaparecer sin dejar pistas. Nada más tóxico, más insano y más carente de respeto y responsabilidad afectiva. Llevo en pareja muchos años, y todavía me acuerdo de mis amores, ocupan un sitio especial en mi corazón y en mi sistema límbico, no sé exactamente dónde están, pero ahí los tengo, y todavía los quiero. “A todos mis amantes, una abraçada molt fort”.
Se menosprecia el romanticismo hasta convertirlo en comedia, pusilanimidad, debilidad o vulgaridad, un viejo libro pasado de moda de Danielle Steel, para marujas fracasadas. Se banaliza el sexo hasta un punto en que no tiene más importancia que el resultado del partido del domingo. No llega a la mañana siguiente en la mayoría de ocasiones el recuerdo, y nos apresuramos a borrar todos los rastros. Tal vez el único sea una bonita gonorrea, porque nada más demodé que un preservativo.
Yo tengo una teoría conspiranoica en cuanto a la rentabilidad del individualismo. El amor sólido no es lucrativo, a ojos del capitalismo. Las familias ahorran, optimizan, cocinan en casa. Los divorciados salen, cenan en restaurantes o piden comida por Glovo, viajan los fines de semana, pagan casas de forma individual, y compran dobles juguetes a los hijos por reyes. Tinder es un aliado escondido de la hostelería, así como el divorcio del negocio inmobiliario y las agencias de viajes. Ser soltero vende, pero el ser soltero por gusto, no por necesidad, ser soltero tiene que ser un estandarte, una ideología política, y se tiene que nutrir de muchos solteros para que la ruleta de la fortuna de buscar pareja siga girando.
Ser soltero por necesidad es otro tema. La pérdida definitiva del atractivo. Hay que estar en busca de pareja, listo para la temporalidad, el corto plazo, nada sobrevive al verano en cualquier caso. Parejas de invierno, sería lo óptimo. Me acuerdo de ese capítulo de Black Mirror en el que las parejas saben de antemano cuánto va a durar su relación. A mí me parece una idea maravillosa que se debería implementar para ahorrarnos el goshting y las visitas al psiquiatra, mal que pese para mi negocio.
En una sociedad donde necesitamos el amor, cada vez impera más la soledad. Si la mayor fuente de bienestar son las relaciones humanas estables y sólidas, y la sensación de pertenencia al grupo. Claramente no interesa una humanidad satisfecha. Se permite el sexo, por razones obvias, dado que es el negocio más lucrativo que exite, y sería infinita la lista de negocios que se hundiría si estuvieramos tranquilos y satisfechos sentados en una mecedora en el balcón de casa.
Las comunicaciones digitales, lejos de unirnos, nos distancian, crean una separación física palpable, a la vez que nos hacen adictos a la dopamina. Nos mantienen eternamente enganchados a esa droga dura que es la adolescencia, la ilusión de libertad, la omnipotencia alimentada a diario por un infinito diccionario de nuevos modelos de relación romántica. Abrir la mente es importante. También abrir las puertas aunque genera el conflicto de elegir la correcta. Era más fácil cuando sólo había helados de chocolate, vainilla o fresa. Selection requires rejection.
El amor está en peligro de extinción, como la vejez. Atrapados por fantasías adolescentes y juveniles, la estabilidad, la calma, la decisión y el compromiso están pasados de moda. No podemos tener sólo uno o dos pares de zapatos, el pantalón que nos compramos ayer hoy ya no nos sirve. Todo es de usar y tirar. No solo tazas y cubiertos, también trabajos, relaciones, apartamentos, compañeros, y cómo no, amantes. Es más caro arreglar que comprar nuevo, y esta máxima aplica a las relaciones. Somos incapaces de tomar decisiones. Revisitamos las opciones una y otra vez, alimentando el desasosiego y la duda. La falta de compromiso se camufla como apología de la libertad, cuando no es más una manifiesta incapacidad de decidir, de mantener, de permanecer.
Pero ya es primavera y me entretengo en espiar con el rabillo del ojo las miradas en las terrazas y en las redes sociales. Alimento mi adicción mientras recomiendo a otros salir de ella y condeno con frases lapidarias la fragilidad de la humanidad. Consejos vendo pero para mí no tengo.
*Elvira Herrería Martínez es licenciada en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psiquiatría por la Universidad de Alcalá de Henares y máster en Longevidad y Antienvejecimiento por la Universidad de Barcelona.