La mañana que la perra de Patricia (nombre ficticio para preservar su intimidad) se comió algo en el parque y se puso enferma, hubo algo que le hizo clic. Cuando llegó al veterinario asustada porque la perra no dejaba de vomitar y le entregaron la factura, después de una radiografía y una posterior cura al animal, se le echaron encima los dos años que llevaba trabajando a destajo por un salario que solo le permitía pagar lo más básico de su vida: la casa y la comida. Aquel día, por primera vez desde que se había independizado, tuvo que pedir dinero a sus padres porque no podía pagar los 300 euros que le costaba curar a su perra.
¿Que por qué cobraba tan poco dinero cuando trabaja muchas más horas de las que estaban en su contrato e, incluso, de las que permite el Estatuto de los Trabajadores? Porque la empresa se aprovechaba de la ilusión, de la motivación y del sueño de Patricia por su profesión. Sí, porque la empresa utilizaba su vocación como arma para explotarla y precarizarla, como ocurre todos los días en multitud de rincones laborales de este país. Patricia lamenta: “Después de tres años trabajando en mi sector, conseguí entrar en una empresa líder en la que pensaba que podría hacer grandes cosas. Estaba ilusionadísima y empecé dando el 100%. El problema es que, a los dos días, literalmente, ya me pedían el 300% y si podía dar más, pues más”.
Durante dos años, Patricia trabajó de sol a sol, sin apenas días de descanso y por una cifra de 1.087 euros netos al mes que aparecían el día 30 en su cuenta bancaria. Dejó de salir, de hacer ejercicio y de sentarse a ver películas de risa, simplemente para dejar la mente en blanco, por trabajar a destajo y estar disponible para una empresa que sólo utilizaba su vocación para exprimir hasta la última gota que podían sacarle.
Y es que el mantra de que, por tener una vocación, el trabajo debe de ser el centro de la vida, es en realidad un vil engaño que, en la mayoría de los casos, solo beneficia a la empresa. Es mentira que el trabajador tenga que renunciar a todo por desempeñar su profesión por muy vocacional que esta sea, ya que existe una normativa laboral que recoge una serie de derechos para los trabajadores, aunque como en el caso de la empresa para la que trabajaba Patricia, hay compañías que se la saltan.
El problema, además del incumplimiento de la ley, también radica en que la cultura de la vocación (esa que pone el trabajo como el centro de la vida) sigue pisando fuerte y tiene muchas triquiñuelas para explotar al trabajador o trabajadora. En primer lugar, la pura necesidad de trabajar para poder vivir. Pero a esta se le suman las falsas promesas y los diversos discursos motivacionales que, por desgracia, tenemos que escuchar desde niños, pero que se incrementan de forma exponencial cuando llegamos a esa adultez temprana.
Aurora, como tantas y tantas personas, también sufrió esa esclavitud pintada de purpurina, cuando consiguió trabajo de lo que siempre había soñado, y asegura a Retina que escuchó (y estuvo condicionada) por este tipo de discurso vocacional nada más entrar por la puerta: “Desde el principio me decían que era una privilegiada por estar donde estaba. Es cierto que me encontraba en una gran empresa con posibilidades de promoción, pero eso no era excusa para que, por ejemplo, me dijesen que yo no debía fichar, que las personas como yo no debían fichar porque se encontraban ahí por vocación y servicio a la empresa”.
En cierta medida me recuerda, pues tiene el mismo efecto, a esa frase tan reconocible de “por lo menos tienes trabajo”, tan extendida para dulcificar las condiciones de un empleo precario. Frases como “eres una privilegiada”, “aquí no llega todo el mundo”, etcétera, son también un mecanismo que el sistema utiliza para hacer que claudicar sea el último recurso posible. Si he llegado hasta aquí no me voy a rendir ahora, es lo que siempre he soñado.
Con todo esto no quiero decir que la vocación sea algo malo, pero lo que sí defiendo es que debe estar ligada a tener derechos laborales. Vocación sí, pero respetando los horarios. Vocación sí, pero con salarios que permitan a los trabajadores y trabajadoras vivir. Vocación sí, pero con vida más allá del trabajo. Insisto, vocación sí, pero con derechos. Aunque, por desgracia, todas las personas que tenemos vocación somos o hemos sido Patricia.
*Alejandra de la Fuente es periodista, autora de ‘La España precaria’ , y responsable de distintas cuentas de @MierdaJobs desde las que expone ejemplos de los empleos más indignos y precarios que encuentra.