“Es hora de ser productivo. La aplicación tomará capturas de pantalla de la computadora al azar o en intervalos asignados por el empleador, que pueden ser revisados en línea como evidencia de que el trabajo se está realizando. No hay espionaje, sólo transparencia”.
“Monitoreo en línea de computadoras. Supervisión del personal en línea. Cuando un empleado está inactivo, este software de supervisión tiene un temporizador especial en la pantalla que muestra la cantidad de tiempo que un empleado ha estado ausente de su lugar de trabajo”
Estos son solo, a modo de ejemplo, dos anuncios reales de empresas que se dedican al monitoreo de los trabajadores, pero la red ofrece múltiples opciones de monitorización. Capturas de pantalla, seguimiento de las páginas que consultan los empleados, grabadoras de pantalla, hasta registro de teclas, son algunas de las funciones que ofrecen este tipo de compañías, por unos 10/15 euros mensuales por persona a la que se le instale el programa.
Incluso hay algunas que especifican que sus software son capaces de grabar al trabajador con la webcam del ordenador, controlar la actividad social de multitud de redes como Facebook, Linkedin y otras “redes sociales populares como Myspace, Twitter, Google+, VKontakte y Odnoklassniki” y realizar grabaciones ocultas desde el micrófono.
¿Cómo puede ser posible que haya empresas que ofrezcan grabaciones ocultas o una monitorización constante de los trabajadores y se hable de control y no de invasión a la intimidad o incluso de rozar el espionaje?
Para el abogado laboralista Íñigo Molina es fundamental que ese control y esa monitorización en el trabajo cumplan con los principios de necesidad, idoneidad y proporcionalidad y añade que dichas prácticas sólo se pueden llevar a cabo con herramientas proporcionadas por la empresa.
“Es básico que exista una política establecida en las empresas para dicho seguimiento y que se les notifique a los trabajadores. Partiendo de esa base, hay prácticas como los pantallazos o el seguimiento de las páginas web consultadas en el ordenador del trabajo que se pueden realizar y entran dentro de un correcto control, pero hay otras en las que se vulneran derechos fundamentales de las personas, como es el derecho a la intimidad”
Molina añade que las grabaciones a través de una webcam pueden ser un uso por parte de la empresa “claramente desproporcionado” y pueden vulnerar los derechos de los empleados. Además, asegura que si se utilizan estos métodos en el entorno del teletrabajo se estaría incumpliendo la Ley de Protección de Datos, ya que se estaría grabando a una persona dentro de su domicilio. En cuanto a “las grabaciones ocultas desde el micrófono” que se anuncian en algunos portales web, el laboralista asegura que “cualquier grabación de sonido está prohibida y es anticonstitucional en un contexto laboral”.
El problema es que, además de atentar contra los derechos de los trabajadores, tal y como indica el abogado, y de rozar el espionaje, estos programas están tan centrados en la productividad que se olvidan de que detrás de ellos se encuentran personas. Tanto es así, que hay softwares que vigilan de forma tan estrecha al empleado que en el momento en el que éste deja de teclear aparece una pantalla que empieza a sumar los segundos que no está usando el ordenador a su jornada laboral.
Bruno (nombre ficticio para preservar su intimidad) conoce de cerca este tipo de prácticas ya que estuvo trabajando en una empresa que las realizaba. “En mi caso, estuve en una oficina en la que me controlaban cada minuto y cuando digo cada minuto, es cada minuto. En el momento en el que dejábamos de teclear o de tocar el ratón durante 60 segundos, nuestra pantalla se ponía en naranja y aparecía un temporizador que iba sumando esos segundos a nuestra jornada. De esta forma, si te quedaban seis horas de trabajo ese día y te levantabas para algo, aparecía esa odiosa pantalla naranja que sumaba segundos. Por ejemplo, si te levantabas al baño y tardabas tres minutos, tenías que añadirle dos más a tu jornada laboral. Era increíble, nos cronometraban”, explica a El País Retina.
Dicha situación, es un ejemplo más de cómo este tipo de programas pueden llegar a deshumanizar a los trabajadores ¿Acaso las personas no vamos al baño varias veces al día? ¿No tenemos necesidades fisiológicas? ¿No necesitamos estirar las piernas en ocho horas de jornada o responder un segundo a un familiar si hay una urgencia? Por eso es fundamental que este tipo de programas de monitorización contemplen, insistiendo en lo expuesto, que los trabajadores son personas y, que por lo tanto, no sólo cumplan con la legalidad vigente, sino también cuiden su salud (física y mental) y su seguridad.
“En casos en los que el control es excesivo, cuando la empresa monitoriza cada comportamiento que hace el empleado, como ir al baño o levantarse de la silla, esta práctica puede conllevar que las personas se sientan vigiladas en su esfera privada más allá de su propio trabajo. Como consecuencia, es posible que desarrollen ansiedad anticipatoria y que vivan preocupadas por cada movimiento que hacen y sus posibles consecuencias. Si la situación continúa, es muy probable que terminen con un cuadro de ansiedad que acabe cronificándose, lo que les termina produciendo efectos psicosomáticos como alteraciones gastrointestinales, dolores de cabeza y trastornos musculares”, explica la psicóloga laboral Isabel Aranda.
Además, este exceso de control puede derivar en problemas aún mayores, ya que tal y como asegura Aranda “cuando las personas están bajo este nivel de presión tienden a tener más equivocaciones lo que deriva en un mayor grado de accidentes y lesiones laborales”.
Pero es que, si dejamos atrás el derecho a la intimidad y la salud de los trabajadores y nos centramos únicamente en la productividad, el exceso de control tampoco es efectivo para este fin y por lo tanto no lo es para la propia empresa en esta cuestión, ya que limita la comunicación y el desarrollo normal de las relaciones en el entorno laboral. Según Bruno, sus compañeros “no se movían prácticamente de la silla” y la comunicación no fluía entre las estaciones de trabajo. “Nadie proponía nada… ¿Qué íbamos a decir si sólo hablábamos a la hora de la comida? De verdad que considero que esta forma de medir la productividad nos quería convertir prácticamente en robots”, asegura.
Y es que una cosa es que una empresa monitorice a sus trabajadores para controlar que estos cumplen con el correcto desarrollo de sus puestos de trabajo y otra muy diferente es despojar a las personas de humanidad.
*Alejandra de la Fuente es periodista, autora de ‘La España precaria’ , y responsable de distintas cuentas de @MierdaJobs desde las que expone ejemplos de los empleos más indignos y precarios que encuentra.