Me voy a poner un pellet de testosterona y a electroestimularme el cerebro. Lo tengo decido. Voy a ser un cíborg.
El transhumanismo está aquí. Es un hecho. Y ha venido para quedarse. Todavía no sé si será en la forma distópica con la que fantaseaba Houellebecq en Las partículas elementales, donde la última democratización social sea belleza pública, gratuita y universal. O, más probablemente, se convertirá en un lujo más para unos pocos afortunados, que tendrán acceso a su versión 2.0 y superiores.
El elixir de la eterna juventud ha sido una fantasía universal durante toda la existencia humana. Desde El retrato de Dorian Grey a La muerte os sienta tan bien, el fin último es la eterna juventud, independientemente de los medios para conseguirlo y de las consecuencias que pueda acarrear. Declaramos que hay que envejecer con dignidad, pero no queremos. Yo no quiero. Y pretendo poner todo tipo de resistencia.
Tenemos la belleza (o algo que pretende serlo) más o menos controlada, en vías de desarrollo. Hay estents, marcapasos, implantes y prótesis. Dentaduras, microcirugía ocular, audífonos e implantes cocleares. El último grito en antiaging son las hormonas; un poco de estrógenos para mantener la tersura de la piel y conservar la figura, testosterona para la virilidad y la fuerza, hormona del crecimiento para el tono muscular y distribución de la grasa corporal. Póngame un poco de cada.
Las clínicas antienvejecimiento proliferan. Y con razón, seguro que tendrán clientela. No sé si el planeta podrá sostener tanto humano divino, pero eso ya es tema aparte. En cambio, en lo que se refiere al órgano Dios, por el poder creativo y la omnipresencia, todavía estamos poco concienciados, valga la extraña redundancia.
El cerebro es el último bastión de la longevidad, carretera sin salida de la vida. La pérdida de facultades mentales te aparta de toda interacción social placentera. Se deja de disfrutar de los demás y los demás dejan de disfrutar contigo. Todos lo sabemos, aunque no nos gusta pensar en eso. Chochear es un repelente de locales y visitantes, y ahí arranca el círculo vicioso de la soledad y deterioro.
Una de la estrategias más conocidas de estimulación de las facultades mentales es la interacción social, la pertenencia al grupo. Paradójicamente, cuando envejecemos, perdemos esa capacidad de comunicación, de generar ideas y el deseo de contarlas, lo que hace que las interacciones sociales disminuyan en calidad y cantidad. “Yo ahora estoy muy bien solo”, ¿os suena?
Yo, a título personal, he de reconocer que tengo fantasías elitistas. Pertenecer a un club secreto de pedantes culturetas y hablar de cine y literatura. Evidentemente, quiero ser la más lista de mi logia masónica privada, y quizá aprender japonés para poder ver cine de autor en versión original, con ceremonia del té de aperitivo.
No me importaría acabar como el Señor Burns con la cabeza metida en una urna de cristal y un cuerpo robótico. No lo veo mal mientras mi cabeza funcione, y funcione a pleno rendimiento.
También tengo proyectos menos ambiciosos; estar al día de la prensa y de la actualidad musical, mantener un humor agudo y afilado que haga reír de verdad a mis nietos ya adultos, ir al cine y ver la gala de los Oscar en directo, tener pase de temporada del liceo y pasar allí los sábados por la tarde, luego de pasar por una librería y hacerme con el último lanzamiento literario de un autor al que le saque 50 años.
Existen varias formas de cuidar el cerebro. Ninguna es demasiado divertida ni atractiva, aunque sí son de eficacia demostrada. En orden de menos a más terrible serían: socialización, sueño reparador, ejercicio físico, meditación, dieta y abstinencia de tóxicos, principalmente (por popularidad y prevalencia) tabaco y alcohol. Se acabó la fiesta.
No está todo perdido. Empiezan a aparecer eventos donde se toman chupitos de jengibre antes de una sesión de baile trance mediático, o fiestas de cacao en las que solo se pueden consumir derivados de dicho grano durante el transcurso de la velada. Fiestas tecno libres de alcohol y drogas, sesiones de baile y meditación activa con alma de festival. Habrá que probarlo.
Mención aparte merecen los suplementos nutricionales, Ginkgo biloba, hongos nootrópicos, ashwagandha, vitaminas B y D, omega-3… La lista es infinita, me pregunto si estarán en todas las casas o sólo en la mía. Yo he empezado el año con el “dry January”, vitaminas y meditación.
Quizá sí se está despertando la conciencia de la consciencia
Un estilo de vida saludable, el neurofitnes, programas de brain training. Se empieza a abrir paso una tendencia, un pensamiento, un vector. Quizá sí se está despertando la conciencia de la consciencia y empezado a dar valor a la última capacidad que nos hace humanos, la inteligencia.
También la ciencia avanza en esa dirección. Hay algo de esperanza, quizá no estemos tan lejos. Una publicación reciente de la revista Nature confirma que la estimulación transcraneal magnética puede prevenir, e incluso revertir, daños cognitivos secundarios al envejecimiento cerebral. También tiene eficacia cuando el daño es producido por otros factores, la covid persistente o incluso un abuso de alcohol pueden mejorarse con este procedimiento.
Lo mejor es que está aprobado su uso para mejorar las capacidades basales de cualquiera que desee incrementar la potencia de este órgano. Se puede aplicar al cerebro sano con el único objetivo de mejorar sus capacidades, sin que haya alteración previa. ¿Trabajo estresante? ¿Oposiciones? ¿Leer a Javier Marías? Nada es imposible.
Se trata de un procedimiento indoloro, dónde se orienta la corriente magnética a las áreas del cerebro más necesitadas, en función de unos estudios previos, que pueden realizarse por neuroimagen funcional o en forma de baterías neuropsicológicas. Luego los resultados se comparan con los finales. Como todo, un antes y un después, quizá nos pueden dar una foto que colgar en redes sociales.
Ciertamente yo lo tengo bastante claro, no sé si podré con la abstinencia alcohólica, el ejercicio intenso y regular, la dieta, los suplementos y los ejercicios de estimulación cognitiva, las 8 horas de descanso y la meditación. Pero un pequeño atajo no me iría mal, una ortodoncia cerebral, una liposucción de la sustancia gris, eso sí que lo veo factible.
Solo hay un pequeño inconveniente. Habrá que decidir qué batalla luchamos, si la de la belleza, la de la agilidad, la de la resistencia, la de los sentidos o la de la mente. Yo ya estoy empezando a ahorrar.
*Elvira Herrería Martínez es licenciada en Medicina por la Universidad Complutense de Madrid, especialista en Psiquiatría por la Universidad de Alcalá de Henares y máster en Longevidad y Antienvejecimiento por la Universidad de Barcelona.