Se ha convertido en tradición reclamar nuevas asignaturas desde esa confianza en que la educación todo lo arregla o, al menos, todo lo mejora. Cada mirada hacia la sociedad que concluye que tenemos lagunas o necesitamos progresar en algo, termina en sugerencia de nueva materia. Hemos leído y escuchado propuestas de todo tipo, nuevas asignaturas que vendrían a enseñar desde las finanzas personales hasta nutrición y cocina, tareas del hogar o emprendimiento, inteligencia emocional y meditación o las normas de tráfico, el resto de idiomas oficiales del estado o creatividad y debates. Si hacemos caso a esta suerte de solucionismo educativo tendríamos que duplicar la carga lectiva o dinamitar las bases de las asignaturas troncales actuales en la educación obligatoria
Quizás es que somos demasiado atrevidos los que nos metemos a opinar de educación sin ser expertos en el tema. Probablemente, haríamos mejor atendiendo los sensatos argumentos de quienes defienden que la educación obligatoria debe ofrecernos una base, unos fundamentos desde los que abordar otras disciplinas, cambios e innovaciones y no intentar acertar con las necesidades concretas que los chavales tendrán dentro de una década. A pesar de todo ello, vengo a hacer una defensa fuerte de la asignatura de informática en la educación obligatoria, una reclamación de que nos volvemos a equivocar en el entendimiento de lo que supone lo tecnológico y digital.
Mis argumentos a favor de ella no son muy originales, de hecho se parecen mucho a los que la Sociedad Científica Informática de España (SCIE) y la Coordinadora de Directores y Decanos de Ingeniería Informática (CODDII) planteó en 2018. Antes de llegar a ellos sería conveniente deshacerse de un mito, el del “nativo digital”, esa creencia en que los niños y niñas nacidos en las últimas décadas están tan acostumbrados al uso de dispositivos y software que no tienen nada que aprender en informática y competencias digitales. Es, claramente, un error de perspectiva, los preadolescentes y adolescentes suelen ser muy avanzados en digital en los terrenos de sus intereses personales —la socialización y el entretenimiento—, pero lo que necesitamos que aprendan va mucho más allá de lo que utilizan para comunicarse, reflejar su identidad personal y pasar el rato.
El punto principal en el que solemos equivocarnos estriba en que no debemos enseñar informática para producir informáticos, debemos hacerlo porque el mundo en el que ya viven esos jóvenes está atravesado por lo digital, que no ocupa un espacio como herramienta o tiempo aparte, sino que los elementos nucleares de esa vida y ese ser en sociedad suceden en lo virtual. Cada vez más el aprendizaje, el consumo de información, el ejercicio de la opinión y la libertad de expresión, su reputación personal y profesional, la creatividad y la expresión artística, la socialización, el desarrollo profesional están mediatizados por un conjunto de tecnologías digitales, el funcionamiento de algoritmos más o menos transparentes y una transformación que revela nuevas oportunidades y obliga a reconversiones. Asumir que ya saben es dejarles solos ante ese cambio.
Por eso convendría trocar el “aprender informática” por el tener una discusión seria sobre qué competencias digitales creemos necesarias para que los adolescentes de hoy puedan ser ciudadanos con una base para desenvolverse en el mundo que sigue avanzando a un mayor peso de lo virtual y digital. Lo importante de este punto de vista es que no parte de una visión utilitaria ni reclama una enseñanza de herramientas concretas, de hecho nos debería llevar a enterrar viejas concepciones de la asignatura de informática, especialmente la del profesor de otra asignatura que nos enseñaba ofimática a los de mi generación, algo no del todo desterrado a día de hoy.
Partamos de un ejemplo: en el currículum de la asignatura deberíamos aspirar más a ayudar a entender qué hace la inteligencia artificial y cómo se aplica en las áreas que nos afectan como ciudadanos —desde la que conducirá nuestro coche hasta la que nos filtra y ordena la información— y menos enseñar el Word en el instituto. ¿Y qué hacemos con la programación? Si partimos de que el objetivo no es producir programadores desde una concepción orientada al mercado laboral, se antoja discutible que tengamos una asignatura que dedicase parte de su tiempo a enseñar a programar.
Sería una conclusión errónea, una simplificación a evitar porque aprender programación es desarrollar habilidades digitales para la resolución de problemas adquiriendo pensamiento computacional. Intentando no caer en visiones míticas de lo que aporta saber programar, creo que de nuevo habría que evitar el reduccionismo de entenderlo como un conocimiento técnico-práctico para el empleo. Saber programar tiene que ver con analizar y entender un problema, plantear soluciones dentro y el potenciar la creatividad para encontrar y desarrollar las más adecuadas.
No querría acabar esta pieza sin dos llamadas a dos audiencias que suelen percibir la informática como algo ajeno o lejano de su vocación. Por un lado, el tener una asignatura en la que familiarizarse y descubrir que se les da bien puede tener un enorme valor para despertar más vocaciones femeninas en uno de los sectores con mayor desigualdad de género. Por otro lado, el alumnado de letras sin esta asignatura podría quedarse fuera de una realidad pujante, que es la de la inteligencia artificial como apoyo a la creación humanística de todo tipo.
El mayor problema de la situación actual por la que las competencias digitales y tecnológicas vayan a “recorrer el currículo educativo en todas las asignaturas” y no tengan asignatura propia es que su enseñanza quede diluida, relegada ante el contenido central de las otras materias y con un profesorado poco formado y menos motivado a darle importancia.
Si las comunidades autónomas no la incluyen al menos como optativa, el escenario hacia el que vamos es que muchas familias buscarán soluciones en la formación no reglada, academias y servicios de aprendizaje en línea capitalizarán como ya hacen el interés de quienes pueden pagar un extra por clases extra de programación. Un fenómeno que va en aumento y que nos lleva a agrandar la brecha digital, un nuevo factor de desigualdad por renta que la educación obligatoria y pública en España, tal como está ahora planteada, no va a solucionar.
Sobre la firma
Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'