Hubo un tiempo, mucho antes de Internet, las redes sociales e incluso la máquina de vapor, en el que se decía que quien tenía el oro hacía las reglas. Y, aunque el dinero y los metales preciosos siguen siendo sinónimo de superioridad, ahora son las innovaciones de vanguardia, como la inteligencia artificial (IA), las telecomunicaciones ultrarrápidas y la computación avanzada, las que realmente definen quién manda.
“La tecnología está cambiando los equilibrios de poder”, sentenció la secretaria de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial, Carme Artigas, en el encuentro ‘Deep tech’ y soberanía digital, organizado por Retina, con el impulso del Banco Santander y Telefónica, y el apoyo de Cepsa. Basta con ver el caso de China. Considerado durante años como la fábrica del mundo y relegado a mero imitador de los avances de Occidente, en las últimas décadas, su fuerte apuesta por la ciencia y la tecnología ha conseguido situar al país prácticamente a la altura del otrora líder mundial por excelencia que fue Estados Unidos.
Además de haberse convertido en el principal productor de paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y baterías de iones de litio del mundo, algunas empresas chinas ya compiten férreamente contra las de EEUU en sectores estratégicos: Alibaba es el cuatro gran actor de la computación en la nube y TikTok se está posicionando como la gran red social del momento. Y, por si fuera poco, ambas potencias lideran con diferencia la carrera de la computación cuántica, que se alza como la siguiente ola tecnológica con potencial de revolucionar el mundo.
Mientras tanto, Europa, que un día fue la cuna del pensamiento ilustrado y la innovación del mundo, ahora “va por detrás de EEUU y China en términos tecnológicos”, advirtió el socio general y CEO de Klymb, Faÿçal Hafied, especializado en el impacto de la tecnología en la economía y la sociedad. En este contexto, resulta imprescindible preguntarse qué amenazas supone esta posición rezagada y qué se puede hacer para recuperar, al menos, una parte del terreno perdido.
En una época en la que la tecnología influye tanto en la distribución de poder, que Europa se mantenga como simple consumidora y usuaria de las herramientas creadas por otros países no solo supone un freno al progreso de sus estados miembros, sino que nos deja a merced de nuestros proveedores tecnológicos, cuyo poder sobre nosotros puede acabar “influyendo en nuestros valores”, advirtió la CEO de Ciberseguridad y Cloud de Telefónica Tech, María Jesús Almazor.
Los problemas éticos de las redes sociales y los algoritmos de IA producidos en EEUU y China se sienten en todos los rincones del mundo, mientras son sus empresas las que capitalizan y concentran los beneficios. Y los riesgos de depender de tecnologías de fuentes dudosas son tales que incluso están salpicando incluso al inminente (y polémico) Mundial de Fútbol que arrancará en Qatar el próximo domingo. Distintas agencias de privacidad europeas han advertido a sus ciudadanos de que no descarguen las aplicaciones oficiales asociadas a la competición deportiva por sus posibles riesgos de espionaje y recopilación de datos.
¿Acaso hacen falta más pruebas y escándalos para ser conscientes de la urgencia que tienen Europa y España por reforzar sus maltrechas posiciones en el actual tablero geopolítico del mundo? “Estamos listos para hacer más en innovación y digitalización. Pero para eso tenemos que cerrar todas las brechas que tenemos con otros competidores. Nuestra forma de aproximarnos a la soberanía definirá cómo se posiciona Europa en tecnología y geopolítica en los próximos años”, afirmó la vicepresidenta del Banco Europeo de Inversión (EIB), Teresa Czerwinska.
DINERO DIFICIL
Y es que la financiación es uno de los principales habilitadores para generar las innovaciones capaces reducir nuestra dependencia tecnológica y aumentar nuestro liderazgo económico y social. El problema es que los grandes desafíos del mundo, como la emergencia climática, la transición energética y la seguridad alimentaria, requieren unos niveles de inversión de la misma magnitud, a los que parece que no estamos acostumbrados, especialmente desde el sector privado.
La cultura de Silicon Valley (EEUU) de moverse rápido y romper cosas funcionaba muy bien en los primeros días de la digitalización, cuando las principales innovaciones podían hacerse en garajes, básicamente porque solo requerían un ordenador para escribir los códigos sobre los que se han construido los gigantes como Google y Meta. Las bajas inversiones necesarias para crear modelos de negocio basados en software, fácilmente escalables y rentabilizables hicieron que los inversores se acostumbraran a arriesgarse poco y a obtener beneficios muy rápido.
Eso quiere decir que la cosa se complica cuando los avances que el mundo necesita actualmente dependen de nuevas técnicas de fabricación, nuevos materiales y nuevas fuentes de energía, así como ordenadores ultrapotentes y cantidades ingentes de datos. “El sector inversor está muy mal acostumbrado a querer retornos rápidos, pero los plazos de las tecnologías profundas requieren plazos más largos”, recordó Artigas. Y es que la dimensión, los tiempos y el enorme reto que suponen estos avances fundamentales los hacen tan singulares que incluso tienen nombre propio: deep tech, o tecnologías profundas.
Aunque su definición todavía no está del todo clara, se trata de innovaciones cuya “misión consiste en resolver problemas muy relevantes” y que se caracterizan por “la alta intensidad de capital necesario para su desarrollo” y por “la incertidumbre en cuanto a los ingresos generarán en el futuro”, explicó la profesora de economía en la Universidad Autónoma de Madrid (España) Oihana Basilio, que ha recibido una beca conjunta del MIT y la Fundación Rafael del Pino para investigar el emprendimiento en el área de las deep tech.
No solo se trata de desafíos complejos, sino que apostar por ellos ni siquiera supone una garantía de éxito. Ante esta incertidumbre, casi no sorprende que “España esté invirtiendo poco y mal en deep tech”, lamentó Hafied. Para demostrarlo, su estudio Una estrategia nacional de Deep Tech para España sitúa a nuestro país en décima posición a nivel europeo en cuanto a “las cantidades totales invertidas en tecnologías profundas entre 2015 y 2020, con 700 millones de euros, lo que supone sólo el 15% del total de las inversiones nacionales de capital riesgo”.
Esto se debe, en parte, a que “en el mundo político y empresarial las cosas se miden en meses, semanas o incluso en días, pero en el mundo académico, los plazos se miden en décadas”, recordó el director asociado del Centro de Supercomputación de Barcelona (España), Josep María Martorell. Algunas de las tecnologías que actualmente están empujando la economía y el progreso, como “los análisis genéticos, la ciberseguridad y los nanomateriales se asientan en descubrimientos de hace cuatro y cinco décadas. El horizonte temporal es muy amplio y requieren transformaciones culturales a nivel país”, añadió el consejero delegado y socio fundador de Tresmares Capital, Borja Oyarzabal.
Afortunadamente, nuestros vecinos europeos sí parecen ser cada vez más conscientes de que es hora de empezar a “ver cómo va a ser el mundo en 10 o 20 años para entender qué tecnologías se van a necesitar para poder decidir dónde ponemos los fondos de inversión”, añadió Hafied. De hecho, junto a sus mayores inversiones privadas en deep tech, tanto Alemania como Reino Unido han definido sus propias agencias de investigación para tecnologías profundas, similares al enfoque de la agencia DARPA de EEUU.
ELEGIR LAS BATALLAS
No cabe duda de que España va por detrás. Sin embargo, los primeros pasos dados por nuestros vecinos también podrían empujar los avances en nuestro propio territorio. El viceconsejero de Universidades, Ciencia e Innovación de la Comunidad de Madrid, Fidel Rodríguez Batalla, afirmó: “En España hacemos las cosas bien, pero nos falta masa crítica, por eso debemos estar incluidos en los proyectos europeos, porque Europa sí nos da esa masa crítica”.
Eso sí, aunque los fondos y el interés en deep tech estén empezando a despegar, ni el dinero disponible ni los recursos de investigación no son infinitos, lo que nos obliga a “a decidir qué queremos ser a nivel nacional y europeo, y a elegir bien las batallas, porque podemos ganar algunas, pero no todas”, advirtió Oyarzabal. De hecho, la cuestión de por qué grandes avances apostar se convirtió en la gran pregunta del foro. Como recordó el director EIT Digital South, Jesús Contreras, “elegir es un gran problema, porque en política suele ser café para todos para evitar tener a la mitad de la gente enfadada”.
Para solucionarlo, los distintos expertos plantearon varias opciones para establecer las prioridades de España. Una de ellas fue la de lanzarse a aquello que todavía está medio cocer. Fue el caso de Artigas, quien destacó el potencial de los casos de uso de las tecnologías cuánticas: “Es un campo donde aún no hay ganadores y perdedores, por lo que hay espacio disponible para crecer”. El enorme interés de los pesos pesados de la industria y la economía en este campo sumado a su novedad hacen que “todavía no se sepa cuál va a ser el mejor enfoque tecnológico de entre todos los que se están desarrollando”, confirmó el cofundador de Qilimanjaro Quantum Tech, Víctor Canivell.
Frente a la opción de apostar por aquello que todavía está por explotar, tanto la secretaria de Estado como otros invitados coincidieron en reforzar aquello en lo que España ya es buena. Dado que Hafied ya había señalado la excelencia de la biotecnología española, y Batalla y Artigas pusieron a la neurociencia en un lugar destacado. Por su parte y bajo una visión más europea, Martorell señaló áreas como la medicina personalizada, los modelos climáticos de alta presión y el chip europeo.
Con las prioridades definidas y el dinero en la mesa, el último ingrediente estratégico para volver a posicionar a España y a Europa en el tablero de la innovación mundial reside en el talento. Batalla se mostró preocupado por la capacidad del país de “generar el talento capaz de abordar estas revoluciones tecnológicas”. Y es que, aunque “tenemos muy buenos científicos teóricos, eso luego no se traduce en soluciones para la industria”, señaló Basilio. La buena noticia es que el Gobierno hace ya tiempo que tomó nota de este problema.
Artigas señaló el papel de algunas medidas legislativas recientes, como la reforma de la Ley de Ciencia y la recientemente aprobada Ley de Start ups, para “elevar el nivel científico y emprendedor de España”. En su opinión, estas reformas sumadas al “cambio de mentalidad” necesario entre investigadores e inversores “ya están cambiando el panorama”. Y aunque reconoció que el problema del talento se va a mantener hasta que se genere esa siguiente generación de científicos con mentalidad emprendedora e inversores más dispuestos a arriesgarse por la causa, concluyó: “Vamos a estar bien dentro de muy poco tiempo”.
Si su predicción se cumple, tanto España como Europa podrían recuperar muy pronto parte de su soberanía tecnológica y, con ella, parte de su poder para volver a ser quien decide las reglas. Al fin y al cabo, los grandes desafíos del mundo no solo requieren innovaciones estratégicas, sino también potencias capaces de diseñarlas para crear un futuro más justo. Y es que, por si no lo sabía, existe otra regla de oro basada en la ética que implica tratar a los demás como uno quiere ser tratado. Y no cabe duda de que en lo que a derechos y principios se refiere, Europa jamás ha dejado de ser el líder que el mundo necesita.
Sobre la firma
Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.