“Tú eres una fiera / porque entras partiendo la pana / invitando a la peña / invitando a cañas”, cantaban Estopa en su célebre de tema de 2001 Partiendo la pana. Así entraba la empresa Uber en los países, aplicando la política de hechos consumados, sacando pecho, saltándose las normas a la torera, evadiendo impuestos, precarizando al personal, espiando a los taxistas, hasta que el volumen de demanda y de sufridos currantes impedía cualquier marcha atrás. Con un par.
Los Uber files, publicados por The Guardian y el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ, por sus siglas en inglés, y representado en España por El País y La Sexta) muestran las comunicaciones internas de una empresa cuyos directivos parten la pana y conversan en un tono de exaltación pirata. Es el capitalismo faltón y abusador, al que no se le caen los anillos en pos del beneficio empresarial y que tiene la codicia como valor supremo. El de Gordon Gekko en la película Wall Street, o el de Jordan Belfort en El lobo de Wall Street. El de tonto el último, el de quítate tú para ponerme yo, el de las normas están para saltárselas. “A veces hay problemas porque somos jodidamente ilegales”, se lee en uno de los documentos. Casi parece que les hace ilusión.
La empresa se ha defendido diciendo que no son los de antes, que las cosas han cambiado. A pesar del escándalo, no está claro que esa actitud penalice socialmente, sino todo lo contrario: es actuar “sin complejos”, casi ser “transgresor”, surfear grácilmente el sistema y hasta conseguir doblarlo a tu favor. Superar la “pirámide de mierda”, como decían en la empresa (muy dada, como se ve, a utilizar las palabras malsonantes).
Bajo este sistema de pensamiento algunas compañías, como la propia Uber, han conseguido sobrevivir y crecer con un modelo de negocio imposible. Pero mantener a flote una empresa que no es rentable, que está mal hecha, no es cosa de milagros. Alguien tiene que cargar con el peso: los trabajadores. La táctica de “abrazar el caos”, como decía otra comunicación interna de la empresa. Me cuesta utilizar el nombre de “empresariado” para quien mantiene estas prácticas, sin embargo, parece que el ejemplo ha cundido y hay académicos que ya hablado de una “uberización” de la economía.
¿Qué pasará ahora? Supongo que nada. Hay cosas que priman poderosamente sobre las demás en nuestra forma de consumir: el buen precio y la comodidad. Es sorprendente que sigamos comprando ropa barata a empresas sobradamente acusadas de utilizar mano de obra semiesclava en lejanos países del sudeste asiático, cuyos establecimientos ocupan, sin sonrojo, las calles principales de las ciudades (es muy difícil, por lo demás, encontrar otra ropa).
Más sorprendente aún es que sigamos acudiendo a los servicios de empresas que explotan a nuestros conciudadanos delante de nuestros propios ojos o que destruyen las ciudades en las que vivimos: entraron por la puerta de la mal llamada economía colaborativa y se enseñorearon con rapidez. Llamamos a Glovo para pedir una pizza, pero nos da igual quién nos la traiga y en qué condiciones. Abrimos la puerta, cogemos el producto, cerramos la puerta y nos sentamos frente a la tele como si tal cosa. Marx lo llamaría el fetichismo de la mercancía: la pizza que hipnotiza.
Lo peor que nos ha hecho el capitalismo asalvajado es volvernos insensibles a todo aquello que está más allá de nuestros volcánicos y pueriles deseos.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.