Da rabia cuando un término con potencial real de mejorar el mundo acaba convertido en un simple adorno para engalanar las memorias de responsabilidad social corporativa (RSC) de las empresas. Durante décadas, las compañías quisieron ponerse medallas de economía circular sin hacer esfuerzos reales por aplicarla. Al fin y al cabo, sin regulaciones que obligaran a implantarla, ¿para qué arreglar lo que no estaba roto?
Afortunadamente, parece que la cada vez mayor presión por parte de gobiernos y consumidores está consiguiendo que las empresas empiecen a quitarle el polvo al concepto, como demuestran algunos pequeños, pero ilustrativos ejemplos de que, si se quiere, se puede. Uno de ellos de Mahou-San Miguel y Verallia. A pesar de que sus modelos de negocio no tienen nada que ver, ambas han descubierto cómo sumar fuerzas en cuestión de energía para convertirse en ganadoras conjuntas del Premio Retina ECO 2022 en la categoría de Consumo Eficiente.
Tras años apalancadas en la típica relación proveedor-cliente, en la que Verallia se limitaba a suministrar envases de vidrio para Mahou-San Miguel, en octubre de 2020 la energía sobrante generada en la fundición empezó a incorporarse al proceso de elaboración de cerveza. Gracias a este acuerdo, en 2021 la cervecera logró un ahorro del 68 por ciento en su consumo de gas y, por tanto, en emisiones de CO2, mientras que Verallia redujo en un 40 por ciento la temperatura de los humos emitidos. Win-win, como suele decirse últimamente.
Suena sencillo, sin embargo, aunque las dos fábricas llevan toda la vida una al lado de la otra, ubicadas a escasos metros en el mismo polígono industrial de Burgos, hicieron falta décadas para que a alguien se le encendiera la bombilla y empezaran a plantearse esta nueva relación de mutualismo corporativo. El responsable de Energía y Servicio Industriales de Verallia Iberia, Manuel Acuña, recuerda que la compañía buscaba una forma de aprovechar su calor residual cuando “a alguien del departamento comercial se le ocurrió colaborar con Mahou para recuperar este calor y aprovecharlo en forma de vapor”.
La idea había nacido y ya solo hacía falta que la empresa vecina, hasta entonces su mera clienta, también creyera en su potencial. El encargado de recibirla fue el homólogo de Acuña, el director de Ingeniería de Energía y Servicio Industriales de Mahou-San Miguel, Fernando Serrano, quien añade: “En nuestro ADN siempre está la filosofía de ahorrar, así que escuchamos cualquier propuesta que venga en ese sentido, aunque parezca descabellada. Pero esta tenía muy buena pinta”.
Así fue como, en 2017 empezaron las conversaciones para sacar adelante el proyecto. “Esa fue la parte rápida, ojalá todo lo que vino después hubiera sido tan fácil”, reconoce Serrano. Primero hizo falta un año para analizar la viabilidad técnica y económica del proyecto y para encontrar a la empresa energética que se encargaría de ejecutarlo, luego pasó otro año de tiras y aflojas para cerrar los detalles del acuerdo entre las partes, y finalmente hizo falta otro año más, pandemia mediante, para construir la infraestructura necesaria para hacerlo realidad.
La pregunta inmediata es si los ahorros conseguidos compensan la inversión de 2 millones de euros y el tiempo y esfuerzo que las empresas tuvieron que dedicar a sacar adelante el proyecto. Serrano responde: “El ahorro no es enorme en comparación con nuestras facturas de gas. Pero no lo hicimos por una cuestión económica, sino ambiental, de colaboración y de economía circular”.
CERCANÍA FÍSICA Y MORAL
Con tanta incertidumbre a la vista, no es de extrañar que el proyecto generara inquietudes en ambas compañías. Afortunadamente, contó con un as en la manga poco frecuente en los habituales ambientes de feroz competencia corporativa: la buenísima relación que mantienen responsables de la iniciativa en cada una de las empresas y la similitud en sus formas de ver el proyecto. El de Mahou-San Miguel cuenta: “Al tener formaciones muy parecidas, teníamos mentalidades similares. Lo mirábamos desde una perspectiva distinta que nos ayudó a hacerlo todo de forma más amable”.
Aun así, hubo momentos duros. Serrano admite: “En ocasiones, cuando se tensaba algún punto, ya fuera jurídico o de negocio, Manuel y yo sacábamos el cubo de agua para enfriar la situación porque siempre veníamos el objetivo final. Éramos como una cuarta empresa que velaba conseguir reducir el consumo de gas y las emisiones”. Por su parte, Acuña comparte una de esas anécdotas en las que fue necesario sacar ese cubo de agua: “El recuperador de calor está en Verallia, pero pegado a la valla de Mahou, así que, a veces, había técnicos que entraban por la puerta de una fábrica y salían por la otra, algo que a los de seguridad no les gustaba nada”.
Hablar con ellos es como hablar con dos amigos de toda la vida que se profesan un aprecio y un respeto mutuos imposibles de fingir. Serrano afirma: “Manu y yo tenemos una relación. Ahora, cuando uno entiende una cosa, sabe que el otro está ahí. Nos llamamos, intercambiamos ideas y conocimientos y nos ayudamos a crecer mutuamente”. A lo que Acuña añade: “Es una simbiosis industrial”.
Poco a poco, la confianza que tenían, tanto mutua como en el potencial de la iniciativa, logró que su buena relación permeara por ambas compañías. Serrano detalla: “Hasta este proyecto, los trabajadores ni se conocían ni se hablaban, empezando por los directores y bajando. Ahora tenemos reuniones periódicas, miramos en muchas más direcciones y todo es mucho más fácil. Romper la barrera nos ayudó a abrir un nuevo horizonte”.
El diálogo es tal, que incluso se coordinan para “hacer coincidir las paradas por mantenimiento para que el aprovechamiento sea máximo”, cuenta Acuña. Y lo mejor de todo es que afirma que su ejemplo de camaradería corporativa también ha empezado a calar entre las empresas vecinas: “Nuestro proyecto está animando a muchas compañías a preguntar qué nos sobra, no solo energía, sino cualquier subproducto. Deja claro que el simple hecho de tener otra empresa al lado te puede ahorrar costes y demuestra el potencial del agrupamiento de empresas en polígonos industriales”.
Y es que fue precisamente esa proximidad, tanto en distancia como en valores, la que permitió que, además de vidrio, la cervecera empezara a consumir parte del calor residual de la vidriera en sus procesos de producción. El responsable de Verallia detalla: “Que las fábricas estuvieran pegadas fue causalidad. No dependía de nosotros, pero este proyecto se basa en la cercanía. Al final, hay un elemento de unión que es la tubería que transporta el calor de una fábrica a otra. Si hubiéramos estado lejos, no habríamos podido llevarlo a cabo”.
Se trata de un hecho simple, sí, pero que, acompañado de determinación y valores, nos acerca un poco más al sueño de una economía circular plena, a medida que las compañías empiezan a ser conscientes de que lo que a una le sobra y le estorba puede convertirse en materia prima y fuente de ahorro para otra. En el caso de estas dos compañías, el beneficio ha sido tal que, dado que ambas tienen cerca de 50 años de historia, incluso han empezado a celebrar sus aniversarios de forma conjunta.
Frente a los años en los que la rivalidad guiaba las relaciones entre empresas (salvo, claro, aquellas que hablan para beneficiarse a sí mismas a costa toda de la sociedad, ejem), Mahou-San Miguel y Verallia han demostrado que las cosas pueden hacerse de otra forma y que, con determinación y entendimiento, la economía circular puede dejar de ser un mero adorno de imagen corporativa y empezar a cumplir su potencial de mejorar el mundo. Queda inaugurada la era de las simbiosis corporativas.
Sobre la firma
Periodista tecnológica con base en ciencias. Coordinadora editorial de 'Retina'. Más de 12 años de experiencia en medios nacionales e internacionales como la edición en español de 'MIT Technology Review', 'Público', 'Muy Interesante' y 'El Español'.