El 14 de abril de 2012 fue un día divertido en Twitter. Rosalía todavía no lanzaba avances de canciones en Tik Tok que provocasen el delirio boomer, no hubo ningún partido de fútbol especialmente polémico, tampoco se desveló cómo preparaba la paella algún ciudadano de Minnesota. Ni siquiera se celebraba Eurovisión y desde luego no era “Sam Va Lentín”. El 14 de Abril de hace diez años fue el momento en que empezó a circular la fotografía de Juan Carlos I junto al elefante que había cazado en un safari en Botsuana.
La explosión en Twitter – que por aquél entonces todavía se etiquetaba como de “microblogging” y no se había formulado el sintagma “arden las redes” – tenía un cierto carácter de declaración de nuevo poder en el sistema. La fotografía había sido publicada en la página del organizador del safari y empezó a circular, a “hacerse viral” en gran medida bajo el impulso de “esto no lo verás en los medios”.
El compartirla o “retuitearla” – en aquellos días sólo teníamos el “retuit manual” – nos introducía a los usuarios en el surgir de un contrapoder que corregía, aumentaba y fiscalizaba al poder de la prensa. Éramos parte de algo, de un movimiento nuevo que rompía con las instituciones que canalizaban, organizaban y tutelaban nuestra sociedad. Si a alguien le quedaban dudas tras el 11M, ni los medios ni los partidos políticos tradicionales eran condición necesaria para irrumpir y poner patas arriba los diversos tinglados con los que nuestras élites se arreglaban.
Al contrario que en la era de los grandes medios tradicionales de prensa escrita, radio y televisión, internet y las plataformas que en ella se construían carecían de efecto moderador. Con Juan Carlos I y la monarquía española esto era muy acusado, coberturas cuando menos amables, escasa fiscalización y sospecha de un pacto de silencio que un día estalla por los aires.
Se preguntaba Antoni Gutiérrez-Rubí que habría pasado si no se hubiera caído el monarca, lo que obligó a la Casa Real a informar del suceso. Mirando el asunto con perspectiva me reafirmo con mi conclusión en aquél momento, el incidente explota porque en Twitter y blogs se desata la publicación de la fotografía. Los medios ya no podían mirar hacia otro lado e ignorar el suceso. El efecto moderador de los medios quedaba por una vez anulado, otorgando a una nueva clase de generadores de opinión pública una victoria. Aunque Juan Carlos I lo sintiera mucho, volvería a ocurrir.
En otras tribunas ya explican muy bien cómo esa foto fue el principio del fin del juancarlismo, en ésta apenas intentaremos subrayar cómo afectó más allá de la institución: esa imagen y el episodio completo son el símbolo más claro de lo que ha sido internet y su impacto en la información en los últimos diez años. El devenir posterior y nuestros debates entre libertad de expresión, control de la información y centralización estaban dibujados en el tristísimo gesto moribundo del elefante sudafricano.
En 2012 todavía no lo veíamos con claridad pero aquél episodio reflejó como ningún otro el ocaso de un internet en el que primaba lo distribuido, el de la era de los blogs, y la hegemonía de las plataformas centralizadas. Si lo personal ya había dado el salto con MySpace, Fotolog, Tuenti o Facebook, la conversación pública se acortaba, facilitaba la viralidad y se concentraba en Twitter.
Esta aglutinación facilitaría los debates posteriores en los que nos hayamos inmersos, la llegado del momento “Poner fin a la moderación de los medios sí, pero…”. La agitación de la opinión pública que ha supuesto la ruptura de barreras de entrada de internet nos ha traído una corriente reaccionaria en la que se mezclan posturas enormemente exageradas en las que se apunta al fin de las democracias por culpa de las noticias falsas y las técnicas de manipulación de masas con otras consideraciones que subrayan que algunos aspectos de la moderación no estaban tan mal.
El caso es que la centralización nos ha llevado a que coloquemos a las grandes plataformas tecnológicas como árbitros en los terrenos de la libertad de expresión, de información y de la protección ante lo que ha quedado englobado entre las agresiones y el acoso virtual. Ya lo hemos discutido en alguna tribuna, diez años después queda una suerte de nuevo debate generacional en el que los llamados gen X hemos quedado desorientados ante un internet que ya no reconocemos.
Si en la década anterior al día de la foto infame de Botsuana el clima de opinión predominante en internet era el de la lucha por ampliar la libertad de expresión, de empoderar a la población para que todos fuésemos emisores y no sólo receptores y el de la lucha contra las políticas y leyes que aspiraban a controlar internet – los más viejos recordarán la oposición bizantina desde blogs a la ley Sinde – ahora hemos cambiado el paso.
En los años previos a 2012 se celebraba la ruptura de barreras de entrada para crear medios de comunicación o para que voces individuales tuviesen a priori – esto nunca fue del todo cierto – el mismo alcance potencial que el New York Times. Diez años después la preocupación actual es por la existencia de propuestas demasiado extremas, del uso de agentes manipuladores – bots – o de que los propios ciudadanos usemos nuestra presencia digital para ser unos miserables con los demás.
Y es que protagonistas de “la foto del rey Juan Carlos I” podemos ser cualquiera. Lo retrataba Lucía Velasco en su columna en El País, “el maltrato ha llegado a internet y a las redes sociales y nadie lo está parando”. Todos pueden vivir ahora la experiencia de ser doxeados (dícese del proceso por el que se expone de forma pública información sobre alguien) o de recibir una lluvia de críticas, ataques e insultos.
El 14 de Abril de 2012 no podíamos intuir siquiera que el internet de la generación X iba a tocar techo y que lo que vendría después sería la demolición ladrillo a ladrillo, bit a bit, de aquella declaración de independencia del ciberespacio que lanzara Perry Barlow. Como lo que surgió del 11M – o como UPYD y Ciudadanos para otros segmentos de la población – la red de redes constituiría también una desilusión generacional. Como podría afirmar cualquier tuitero, ya no quedan utopías en internet, sólo Masibon.
Sobre la firma
Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'