Uno de los escenarios apocalípticos, ya que estamos con el tema, más acojonante y menos considerado, es el del supermercado desabastecido o abandonado. Cuando no hay cosas en el super, ya sea en cantidad o en variedad, es que hay algo que funciona mal, que estamos al borde del colapso. Por eso los búnkeres de los preparacionistas se parecen tanto a un supermercado al por mayor: si se acaba el mundo no habrá super, pero ellos vivirán dentro de uno, como algunos soñábamos de niños. Su propio supermercado cerrado, de noche, donde poder disponer de todo lo que uno pueda imaginar. Ahora nos reímos, pero son los más listos.
En estos días, debido a los paros en el sector del transporte, se ha visto escasez de algunos productos y materias primas en supermercados e industrias. Todavía no están las cosas para asustarse, pero la mera visión de un estante vacío, aunque sea el de las coles de Bruselas, ya lleva a la alarma interna. Hace no tanto, uno de los primeros trailers de la película de terror llamada pandemia fueron las imágenes de la sección de papel higiénico vacía.
El otro día visité por azar un centro comercial semiabandonado en Tres Cantos (nada que ver con la actual coyuntura): pasear por esos pasillos amortajados es una experiencia siniestra. Solo sobrevive, como suele pasar en estos casos, el supermercado Dia, pero ya se habían ido las chicas del nailismo, las franquicias de textil semiesclavo, hasta la ubicua hamburguesería que mantiene cohesionada a la sociedad con sus carbohidratos. El caballito para los niños permanecía en silencio triste y los melancólicos anuncios de ofertas alucinantes se quedaron ahí puestos desde una Navidad anterior, cuando todo era de color.
Son esos escenarios en los que se espera la irrupción de una manada de zombies sedientos de carne humana o de una misteriosa niebla densa y blanquecina que asesine a todo aquel a quien envuelva. Estos sitios son escenario de catástrofes también en la realidad: varias personas sin hogar se pusieron a vivir dentro se un supermercado cerrado por la crisis pandémica en Parla. Cuando nos congeló el temporal Filomena un centenar de personas se quedaron atrapadas en un centro comercial de Majadahonda. Algunos sindicalistas, ante la anterior crisis financiera, asaltaron un supermercado en Écija, con el puño en alto para conjurar el hambre, y el escándalo fue mayúsculo (como ellos pretendían para visibilizar la miseria): el supermercado es intocable, el sólido pilar que sostiene la precaria realidad.
Los supermercados maltrechos asustan porque anuncian el fracaso de todo lo que el capitalismo de seducción hiperconsumista nos promete: son nuestras expectativas rotas, nuestro futuro triste, nuestra vida que se va por el desagüe. Cuando se nos quieren contar las bondades del capitalismo por contraste, se nos muestran hipermercados vacíos en Venezuela, o colas para comprar un kilo de arroz o la tristeza monocorde de ciertas tiendas soviéticas. Cada vez que un centro comercial fracasa, fracasa un poco todo aquello en lo que creemos y que a diario respiramos. Que falle un centro comercial es como si fallase la Ley de la Gravedad y saliéramos disparados hacia la nada. No hay nada tan apocalíptico como un supermercado desabastecido, porque niega la lógica de la abundancia y la oportunidad que llevamos incrustada y que ahora empieza a quebrarse.
Sobre la firma
Sergio C. Fanjul es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados (Pertinaz freelance, La vida instantánea, La ciudad infinita). Es profesor de escritura, guionista de tele, radiofonista y performer poético. Desde 2009 firma columnas, reportajes, crónicas y entrevistas en EL PAÍS y otros medios.