Nos compraremos toneladas de aire, bien fresco, bien ligero, nos untaremos los labios, los dedos, las bocas, con pasta de dientes, pero sin pasta ni dientes, todo ello lo haremos con mermeladas de versos, cuajadas de metas, y mientras la vida seguirá, allí fuera, con su furia, con su feria, rugiendo, coleteando, llena de crines y de vísceras, mientras los tanques entrarán en las calles convertidas en polvo, en rameras, las aceras andarán a rastras, las paredes ya no pestañearán, se quedarán sin maquillajes, hechas chatarra, arrugas, más viejas que los viejos, y los soldados, a paso de tortuga, se harán camino, andarán a fuego lento, en medio de los escombros, y mientras todo eso ocurre estaré tumbado en esta camilla de hospital, aquí al borde del mar de Azov, en un mundo sin versos ni metas, en una habitación sin ventanas ni vidrios, sin agua ni calefacción, sin cielo ni tierra, mientras cierro los ojos, encojo el estómago, estrujo las tripas, las carnes se me revuelven dentro de la carcasa como si fueran lombrices, aquí no hay fármacos ni anestesias, apenas médicos, apenas enfermeras, hombres y mujeres que me han dormido el torso, el brazo, el muñón, me lo han dormido todo con algo que no es ni verso ni meta, me cosieron la mano como pudieron, esa mano que he perdido y he vuelto a encontrar, gateando por el suelo, aquí estaba, cerca del mar de Azov, aquí estaba calentado una sopa en una cacerola sin mango, en el patio de este edificio degollado, lleno de viruela, lo estaba haciendo, para comer, para vivir, sin versos ni metas, como todo en esta vida, como cuando dos se besan, como cuando dos se abrazan, con todas sus manos, con todos sus ojos, lo estaba haciendo cuando de pronto estalló la explosión, cuando de pronto nos desplomamos todos al suelo como soldados de plomo, y entonces caigo con todos los demás, nos quedamos todos sin alas, los ojos llenos de mariposas, y veo entonces que mi mano ya no es mi mano, veo que solo me queda una estrofa, un muñón, un trozo de carne, y que esto no es un poema, que los versos no hay donde meterlos, que lo que era mi vida ha dejado de serlo, y de pronto se oyen los gritos, se escuchan las carreras, de pronto los torniquetes, las camillas, de pronto este hospital que ya no es un hospital, esta vida que ya no es vida, llevamos semanas en los sótanos, como escarabajos que se esconden, topos que se agachan, en este mundo ahora ciego, sin cejas ni pupilas, los misiles caen por todas partes, perforan los salones, atraviesan las guarderías, se meten en los teatros, solo nos quedan las maletas para llorar, solo nos queda la nieve que hay que derretir para poder beber, ya no hay calles por dónde salir, solo cadáveres que nadie barre, solo las palabras que nadie escucha, solo palabras rotas, tuercas, torcidas, las que callo para no quemarme la lengua, las que no escucharás porque estás demasiado lejos, solo mis palabras que se llevará el viento, palabras que caen, en balde, al suelo, que nadie estrecha, y allí se quedan tumbadas en el suelo, porque ya no hay quién las levante, palabras que son reas, que adornan, que no saben dónde meterse, que se mascullan entre los dientes, que se quedan grabadas en la mucosa del cerebro, palabras que no son ni versos ni metas, que son de verdad, palabras que no son cobardes ni lloriquean, y luego están esas que también se apiñan, aguardan, quieren entrar, palabras que son tiernas, que saben a leche, huelen a pan, palabras que se enroscan, que son libres, que no tienen amo, que te salvan en vez de matarte, que te levantan en vez de hundirte, que sirven para decir te amo, te quiero, te adoro, palabras que son como cepas, bronquios, uñas, que son vivas como el aire, que saben escupir a la cara de la muerte, darle una patada en el trasero, en el delantero, palabras que no retroceden, que dan un paso adelante, y te ayudan a caminar, por eso me levanto ahora, por eso con la mano que me queda abro la puerta del coche, agarro el volante, y me llevo lo que me queda de familia hacia el oeste, por eso cambio de marchas como puedo, dejando atrás los bungalós del mar de Azov, el cielo gris cortado a raso, este cielo que no se ríe, que tiene los dientes rotos, cuajados, piso el acelerador, trago los kilómetros, mientras el rublo se desploma, mientras los versos se disparan y los niñatos rubios se compran mansiones artificiales, prendas digitales, castillos en el aire, mientras las refugiadas cruzan las vallas y los proxenetas las cachean, buscan llevárselas como migas de pan, leche cuajada, carne empaquetada, piso el acelerador mientras las pantallas se llenan de ese hombre malcriado con cara de cera, ese hombre búho sin una pizca de vela en sus ojos, solo vidrio y hielo, y ahora lo sé, incluso la muerte tiene ojos, incluso la muerte tiene manos, mandíbulas, vísceras, sus pezones se endurecen con el frío, las retinas se le llenan de cascabeles, las miradas de sapos, y ahí están sus manos, huesudas, retorcidas como ganchos, arpones, pitones, rastrean esta ciudad, se engullen su cuerpo, escurren sus entrañas, y, ahora, este llano que se fuga, este llano en llamas por dónde corre el coche, y ahora mi mano amputada, la que me saca del medio, del apuro, la que me salva la vida, y entonces pienso en todas esas otras manos que acarician, que sujetan, que protegen, todas esas otras manos que son como campos de algodón, que elevan, acuestan, convierten, a los que escriben en libros cuando se mueren, y entonces pienso en tus manos que un día volverán a amarme, cuando hayan segado todos los trigos, arrancado todos los campos, sepultado todas las batallas, porque un día llegará la primavera, con sus esquinas rotas, con sus cielos combados, llegará el sol que nos quemará la garganta como agua ardiente, volveremos a tener temblores en la voz, la sangre dejará de correr en balde, nos acercaremos el uno al otro, y con mi muñón y mi mano haré que todas las palabras vuelvan a nacer, que los campos se quiten las máscaras y los cielos salgan a caminar, que entonces, de nuevo, por fin, las manos vuelvan a hablar.
Javier Santiso es fundador de La Cama Sol, editorial de arte y poesía, y autor de novelas, poemarios, cuentos, obras de teatro y lo que él llama “naderías”, textos breves escritos de un tirón. Su última novela en español es Vivir con el corazón, Madrid, La Huerta Grande, 2021. En enero del 2023 publicará otra, inédita, escrita en francés, en la colección de la NRF: La traversée, Paris, Gallimard, 2023.
Cristina Almodóvar es artista plástica. Estudió Bellas Artes en la UCM, con especialidad en escultura. En 2011 recibió el prestigioso Premio Internazionale Giovane Scultura de la Fondazione Francesco Messina. Su obra se ha expuesto en ferias nacionales e internacionales y se incluye en colecciones públicas y privadas de distintos países.