¿Todo se va a la mierda?: ‘enshitficación’ y el fin del futuro

Hace casi tres años Cory Doctorow, escritor de ciencia ficción y activista digital, nos regaló un concepto que sintetiza la experiencia contemporánea de degradación sistemática. La «enshitificación» (que en nuestro idioma se podría traducir por enmierdamiento) describe ese proceso, ya familiar, mediante el cual las plataformas digitales se pudren desde dentro siguiendo un patrón perfectamente predecible.

Null Hypothesis, The Perfect Mathematics of Your Beauty and Decline, 2024

What the hell is water

David Foster Wallace

I. La Enshitificación: Anatomía de un Principio Universal

Primero llega la seducción. Facebook prometiendo reconectar a la humanidad, Amazon democratizando el comercio, Uber liberándonos de la tiranía de los taxis. Es la fase del enamoramiento, cuando la plataforma derrocha valor sobre sus primeros usuarios como un amante desesperado. Todo es gratuito, conveniente, mágico. El futuro ha llegado y es maravilloso.

Luego, una vez establecida la dependencia, una vez que hemos reorganizado nuestras vidas alrededor de estas promesas, comienza a aflorar la perversidad del juego. El valor fluye ahora hacia los «socios comerciales». Tu feed de Facebook se llena de contenido patrocinado, Amazon prioriza sus propios productos, Uber sube los precios mientras reduce la paga de los conductores. Es la fase de la captura, cuando en un momento de lucidez descubres que no eras el cliente sino el producto.

Finalmente, llega la fase de extracción. La plataforma, segura de su posición monopolista, succiona valor de todos los participantes hasta convertirse en una mala caricatura de su promesa original. Twitter bajo Musk es el ejemplo perfecto: una plaza pública convertida en megáfono personal, un espacio de conexión transformado en cloaca de bots y extremismo. Al menos Google fue honesto al renunciar a su motto «Don’t Do Evil».

El progreso tecnológico que prometía liberarnos del trabajo nos ha convertido en siervos digitales. La conectividad global ha producido cámaras de eco y polarización extrema. Éxitos de un programa que nunca buscó la liberación sino la optimización de la extracción.

II. El Patrón Moderno: La Enshitificación Como Programa

La enshitificación es un proceso diseñado, una secuencia programada que se ejecuta con precisión algorítmica: seducción, captura, extracción. Los sistemas funcionan exactamente como fueron concebidos: aparentan ofrecer valor mientras su verdadera función es extraerlo. El engaño es la característica definitoria. Cada fase del proceso está calculada para maximizar la extracción mientras mantiene la ilusión del beneficio.

Si miramos más allá de las pantallas, observamos que la enshitificación no es un accidente aislado, limitado a las plataformas digitales. Una vez reconocemos ese patrón, comenzamos a verlo en otros ámbitos. La sanidad y educación prometían ser universales, ahora hemos de pagar por acceso preferente. Los medios que prometían informar, ahora venden indignación. Los partidos que prometían representar, ahora venden espectáculo.

Y si ampliamos aún más la mirada, el patrón aparece en el corazón mismo del proyecto moderno:

En la fase de seducción, la democracia liberal prometía el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Contenía desde el inicio el código de su degradación: ciudadanos convertidos en consumidores, debates en espectáculos, representantes en marcas. El populismo es el destino programado de la democracia, la fase de extracción donde los demagogos cosechan el resentimiento sembrado por décadas de promesas incumplidas.

La industrialización siguió el mismo guión. Prometía liberar a la humanidad de la escasez, democratizar el bienestar, crear abundancia para todos. Durante su fase de seducción, pareció cumplirlo. Pero el sistema contenía su propia destrucción: cada chimenea era una cuenta regresiva hacia el colapso climático, cada línea de ensamblaje una sentencia de obsolescencia para los trabajadores. La crisis ecológica estaba inscrita en la lógica misma del crecimiento infinito en un planeta finito.

Estos sistemas o plataformas ideológicas parecen seguir el mismo patrón. Al igual que las tecnológicas, en su fase de seducción se presentan como progreso. La democracia como progreso sobre la monarquía. La industrialización como progreso sobre la escasez. Todos prometen un futuro mejor; pero, una vez nos han capturado y nos han hecho dependientes, todos siguen el mismo arco de degradación hacia la fase de extracción.

El proceso se repite y nos preguntamos si cada promesa particular que se pudre a nuestro alrededor no será síntoma de algo mayor: la fase extractiva de un proceso que comenzó con la modernidad misma, la enshitificación de todo aquello que alguna vez nos ilusionó con promesas de progreso.

O quizás es que algo late en el interior de la idea misma de progreso que contiene el veneno de su propia degradación.

III. El Futuro Como Deuda

«Una deuda es tan solo la perversión de una promesa. Una promesa corrompida por la matemática y la violencia.”

– David Graeber

¿Y si la enshitificación no fuera una desviación del progreso sino su destino inevitable? ¿Y si el progreso llevase incorporado, desde el interior de su código genético, su propia negación?

La idea de progreso está íntimamente vinculada a la invención del futuro, a la manera moderna de concebir nuestra relación con el tiempo. Las sociedades premodernas conocían los ciclos: a la decadencia orgánica seguían periodos de renovación, como las estaciones o las cosechas. Pero algo cambió. El tiempo se volvió línea, flecha, progresión infinita hacia un horizonte en constante huída hacia adelante.

¿Y si ese horizonte no fuera más que un espejismo?

Las tecnologías crean realidades sociales. El reloj hizo más que medir: inventó jornadas laborales, puntualidad, productividad por hora. La deuda hizo más que registrar obligaciones: inventó el futuro mismo como categoría temporal. Una economía construida sobre promesas de pago diferido, sobre interés compuesto, rompe el tiempo circular. Lo estira en línea recta hacia el momento del pago.

Graeber nos mostró que la deuda no solo coloniza el futuro. La deuda es la función que ha creado la misma idea de futuro. Antes de la deuda, no había futuro como categoría temporal, solo ciclos eternos. La deuda rompe el círculo, inventa la línea del tiempo, crea un «mañana» donde se debe pagar. Y con el futuro, nace la necesidad del progreso: necesitamos crecer para poder devolver la deuda más la suma de sus intereses. Fue la modernidad, con sus bonos perpetuos, sus hipotecas vitalicias, sus fondos de inversión, la que convirtió esa invención en medio permanente. El futuro es la suma de todas nuestras obligaciones.

Y una vez que el futuro existe principalmente como lugar donde se saldarán cuentas, el progreso se vuelve imprescindible. Su función no es crear las condiciones para vivir mejor, sino generar el excedente que exigen los acreedores. El progreso es historia + interés compuesto.

Cada sistema de progreso sigue el mismo patrón de degradación. Es algo diseñado. El progreso necesita extraer cada vez más para pagar deudas cada vez mayores. La seducción atrae recursos, la captura los asegura, la extracción los exprime. El algoritmo de la deuda aplicado a toda la realidad.

La enshitificación revela la verdadera función del progreso. Extracción disfrazada de mejora. Cobro de deudas disfrazado de promesas.

El algoritmo profundo se revela en toda su perversidad:

La deuda crea el futuro → El futuro exige crecimiento → El crecimiento requiere extracción → La extracción necesita camuflaje → El camuflaje es el progreso → El progreso justifica más deuda.

Un bucle recursivo perfecto. La deuda coloniza el tiempo y crea obligaciones. Las obligaciones exigen generar excedente. El excedente solo es posible mediante extracción: de naturaleza, de trabajo, de atención, de esperanza. Pero la extracción genera resistencia, necesita disfraz. El disfraz perfecto es la promesa de mejora futura. Y esa promesa justifica más deuda.

Por eso la enshitificación ocurre por diseño. El progreso ejecutando su programa. Cada sistema moderno funciona igual: máquina extractiva con disfraz de mejora. La degradación es el producto final.

IV. La Fase Extractiva

El capitalismo es quizás la expresión más perfecta de la promesa moderna de futuro. El capitalismo es la temporalidad del progreso hecha sistema económico. Contiene, por ello, en su interior el algoritmo de la enshitificación en perpetua ejecución.

Y no resulta difícil darnos cuenta de que seguramente hemos entrado en la fase de extracción del programa capitalista. La seducción fue real, rompió cadenas feudales, desató fuerzas productivas, creó abundancias nunca vistas. La captura llegó con los monopolios industriales y el imperialismo, todavía generando valor pero concentrándose paulatinamente. 

Y ahora, la extracción pura. Capitalismo financiero zombi que succiona sin producir. Empresas con mayor capitalización que países medianos. Fondos buitre comprando viviendas para que nadie más pueda comprarlas, devorando naciones enteras. La bolsa en máximos históricos mientras el planeta arde. El capitalismo realizando su programa final, extrayendo hasta la última gota de valor de la naturaleza, del trabajo, del futuro, de la esperanza misma. Enshitificándolo todo a su paso.

Trump no es una anomalía temporal sino la verdadera y lógica culminación del progreso.  El extractivista que no necesita disfrazar la extracción. «I make the best deals» es la enshitificación sin máscaras: el arte del trato como el arte de extraer valor. Su vulgaridad no es un defecto, es la honestidad brutal del sistema mostrando finalmente su verdadero rostro. Ya no queda nadie a quién seducir. Cuando las instituciones están completamente capturadas, ¿para qué fingir dignidad? Cuando la extracción es total, ¿para qué mantener las formas?. Estamos exactamente donde el algoritmo siempre quiso llevarnos.

Fisher insistió en que es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Ahora vemos por qué: el fin del mundo es, precisamente, el ‘fin’ (como objetivo) del capitalismo. La enshitificación absoluta en beneficio de una mínima clase extractiva, que prepara ya sus búnkeres para la ‘nada’ que viene.

V. La Máquina Revelada

Sin las capas de seducción y captura, se queda al desnudo el algoritmo extractivo que latía en nuestras promesas de futuro. Estamos contemplando, al fin, la naturaleza misma del sistema. Todo modelo de progreso contiene, inscrito en su código genético, el principio de su propia putrefacción. Es la dialéctica perversa que intuyó Adorno: la barbarie es el destino de la Ilustración.

John Gray lo vio claro: el progreso es una superstición cristiana secularizada. Cambiamos la salvación del alma por la salvación histórica, pero mantenemos la misma estructura mental: un tiempo lineal que avanza hacia la redención. Solo que ahora la redención se llama «singularidad tecnológica», «capitalismo sostenible», «innovación disruptiva», «colonización de Marte» o cualquier otro paraíso que hayamos elegido como fetiche.

Pero la historia no avanza hacia ninguna redención. Lo que llamamos progreso es simplemente la acumulación de capas de extracción, cada una más sofisticada que la anterior. No hay ciclos de muerte y renacimiento, solo sedimentación: cada sistema de dominación aprende del anterior, perfecciona sus métodos, optimiza la extracción. La democracia liberal aprendió de la monarquía cómo legitimar el poder. El capitalismo aprendió de ambas cómo hacer la extracción deseable. Y lo que emerge ahora, llamémoslo fascismo algorítmico, capitalismo terminal, o simplemente el sistema, ha aprendido de todos: cómo hacer la dominación adictiva, cómo convertir la vigilancia en entretenimiento, cómo transformar la precariedad en emprendimiento.

VI. La Modernidad y el Mandamiento del Progreso

El patrón se ha desenmascarado. Pero: ¿por qué seguimos cayendo en la trampa?
La respuesta quizás se encuentre en la estructura profunda del pensamiento que la modernidad instaló en nosotros.

La idea de progreso no siempre existió. Nació con la Ilustración, se consolidó con la Revolución Industrial, y triunfó totalmente en el siglo XX. Hoy es el agua en la que nadamos: los recursos naturales existen para ser «explotados» o se consideran infrautilizados, las carreras deben «avanzar» o se consideran fracasadas, las ciudades tienen que «modernizarse» o mueren, las economías necesitan «crecer» o colapsan. Hasta nuestro lenguaje está colonizado: hablamos de países «desarrollados» y «en vías de desarrollo», como si hubiera un único camino y una única meta. El progreso no es una idea entre otras, es la idea que estructura todas las demás.

La trampa es darle al futuro una dimensión moral. «El futuro será mejor» funciona como mandamiento religioso. Aceptamos acríticamente las promesas de futuro, delegamos en el progreso nuestro bienestar. Todo se justifica porque el futuro acabará por redimirnos. Un acto de fe alimentado por nuestras propias fantasías.

Y como toda religión, exige sacrificios. Sacrificamos el presente en el altar del mañana. Destruimos paisajes por desarrollo, comunidades por eficiencia, tradiciones por innovación, vidas por carreras.
Igual que la promesa del Paraíso va de la mano de una sumisa resignación. Cada promesa de un futuro mejor nos permite justificar la degradación presente.

Hemos hipotecado la vida al futuro. Toda acción está basada en la premisa de que mañana será mejor que hoy. Pero ¿y si no? ¿Y si el mañana es simplemente un hoy enshitificado?

Y aún más: ¿Qué vendría después de la extracción total? ¿Qué sucede cuando el proceso haya declarado victoria?

Quizás la respuesta es: nada. No hay un «después». La victoria de la enshitificación no es un evento dramático sino una condición permanente. Cuando todo está degradado, la degradación se vuelve invisible. Cuando la extracción es total, ya no se percibe como extracción sino como naturaleza. Los peces no saben que están en el agua. Nosotros no sabremos que estamos en la mierda.

O peor aún: la victoria final es cuando defendemos nuestra propia explotación como libertad, cuando confundimos la precariedad con flexibilidad, cuando llamamos innovación a la destrucción, cuando llamamos democracia al populismo autoritario. El proceso habrá triunfado completamente cuando ya no necesite ocultarse, cuando la enshitificación sea simplemente el modo de vida que elegimos voluntariamente cada mañana.

La fase después de la extracción es la fase de la desmemoria. El olvido de que alguna vez hubo algo más.

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