La sustancia (en inglés The Substance) es una película protagonizada por Demi Moore y Margaret Qualley cuya trama narra las vivencias de una celebridad en decadencia, que consume un suero ilegal que crea una versión mucho más joven de sí misma.
El film, galardonado y aclamado por la crítica, plantea una premisa muy interesante: hasta donde estamos dispuestos a llegar para conservar nuestro aspecto juvenil, nuestra belleza y nuestro atractivo sexual.
Cuando ves la película, en clave de terror (de hecho wikipedia la define como terror corporal), resulta descabellado el horror al que es capaz de someterse su protagonista, para obtener un cuerpo de aspecto jóven y sexy. Sin embargo, no está muy lejos de las escenas “gore” que se viven dentro de un quirófano.
En el quirófano se tapan los cuerpos con telas verdes, y se deja un hueco, llamado campo quirúrgico, que aísla el trozo de piel, la región anatómica a tratar, en parte para centrar la atención, en parte para no ver que se está descuartizando un cuerpo humano. Cualquier cirugía haría desmayar a un observador no experimentado, y muchos pacientes no tienen interés en saber en qué consiste el procedimiento al que se va a someter (“había que esconder la verdad, o resultaría insoportable”).
Los procedimientos quirúrgicos estéticos se han incrementado un 215% en la última década, y según la misma estadística el 85% son practicados en mujeres y el 15% en varones. El atractivo sexual es el core de este conflicto social, moral, personal. Y es en el género femenino principalmente, donde se correlaciona el grado de valor social con el éxito reproductivo, que va ligado su vez al atractivo físico, y en el se deja en segundo plano el éxito laboral, académico o incluso el bienestar personal. Las mujeres son objeto de la publicidad, sujetos activos y pasivos de esta burbuja estética, que nos tiraniza, y de la que es casi imposible escapar, sea cual sea tu nivel sociocultural, situación personal e incluso creencias religiosas y diferencias culturales.
Si el dinero es una creencia compartida de forma universal, la estética está muy cerca de serlo; la globalización de la imagen es una epidemia, y como las otras caras de la globalización, con consecuencias aún impredecibles. Poco importa, el objetivo es el crecimiento económico a corto plazo, a costa de mujeres y niñas principalmente.
Cabe aclarar, y recalcar el valor terapeútico indudable de la cirugía plástica. La diferencia fundamental entre la cirugía plástica-reconstructiva y los procedimientos cosmetológicos (quirúrgicos y no quirúrgicos) radica en que la primera se realiza por razones médicas y las segundas para mejorar la belleza corporal en general. Es decir, las primeras son procedimientos con indicación médica (por accidentes, quemaduras, deformidades, que socava ostensiblemente la calidad de vida de las personas que sufren dichos problemas) y la segunda por deseo del usuario, con la motivación de seguir unos cánones estéticos, presumiblemente temporales.
Dentro de los procedimientos que se realizan, el más básico, es el aumento de pecho, (o arreglo, o ajuste, nuevamente, para tener mejores cartas en el juego de rol de la conquista sexual y de la autoestima superficial del siglo XXI). Las cirugías de aumento de pecho se han multiplicado exponencialmente en las últimas décadas, con mujeres cada vez más jóvenes (es el procedimiento con mayor aumento de la prevalencia en la franja entre 19 y 25 años) que se gastan un importante capital en esta intervención. A pesar del coste, no es exclusiva de las clases sociales más adineradas. Cualquier mujer será capaz de trabajar doble turno, o pedir un crédito, para optar al ansiado busto IA, ingrávido y tenso. La lista de riesgos y complicaciones no es pequeña, pero realmente resulta poco disuasoria. Y el éxito social posterior es un hecho. El “aumento de la autoestima” es uno de los reclamos publicitarios. Esto se traduce en “aumento de la deseabilidad”. Difícil competir con esto usando estrategias de afrontamiento y crecimiento personal.
La segunda intervención más frecuente, la rinoplastia, es aún más escandalosa, por lo que a la propia autoimagen se refiere. Hay todo un efecto psicológico posterior en el que puede haber síntomas disociativos y dismorfofobia, pues uno no acaba de comprender que la persona del espejo es uno mismo, y tiene que acostumbrarse a este nuevo aspecto. En muchos casos puede ser satisfactorio, no lo niego, si la cirugía está recomendada por indicación médica, o con supervisión psicológica, por un problema relevante en la calidad de vida del individuo, pero en la mayoría se acompaña de frustración, pues la nueva nariz no termina de encajar con la vieja cara, quizá no es completamente simétrica, o no resulta como el filtro que teníamos de referencia. Esto lleva a reintervenciones, frecuentes, además de las necesarias por las propias complicaciones del procedimiento. Y en ocasiones termina en obsesión por esa pequeña parte del cuerpo de uno, que se convierte en cabeza de turco de todos los problemas.
Ozempic ha conseguido que se reduzcan las intervenciones de reducción gástrica, balones intragástricos, o bypass. También habrá salvado del cuchillo a alguna candidata a liposucción. Hablo en femenino porque esa es la cruda realidad, por más que me duela admitirlo. Me reitero, el blanco de la publicidad son las mujeres, casi de cualquier edad. Yo he invertido en ozempic, y eso que no se de bolsa, pero entiendo como somos y dónde vamos, de momento las acciones suben como la espuma. Por si alguien no lo sabe, Ozempic es un fármaco, indicado para paciente con resistencia a la insulina y Diabetes Mellitus tipo II, cuyo efecto secundario de reducción de peso lo ha catapultado a la fama mundial, por conseguir milagrosos casos de adelgazamiento sin esfuerzo (que no sin riesgo). Pero dejemos a ozempic en paz, no vaya a perder yo dinero en mis activos en bolsa.
Las manos, los pies, los codos y rodillas, los labios de la vulva, lifting, blefaroplastia, no quiero hacer un artículo médico de tipo estadístico, pero lo he revisado, y los números asustan. O más bien hacen que se froten las manos todos los que hayan decidido lucrarse con el negocio de la inseguridad.
La cirugía estética además, ha dejado de ser algo censurable. Está aceptado, la sociedad ya ha validado el concepto de “hacerse un arreglito”. En redes las publicaciones son infinitas, y muchas de las paciente no se cubre lan cara para preservar la intimidad, no hay nada de lo que avergonzarse. Se puede hablar de ello en la cena de Navidad o en el desayuno de la oficina. “Yo quiero hacerme lo mismo que Lindsay Lohan”. Todo está bien, pero siempre que te lo hagan “bien”. Es decir, si la intervención es un éxito es digno de admiración, y de éxito social, mientras que si hay alguna complicación, o el resultado no es satisfactorio se es objeto de burla y ridiculización. Es frecuente encontrar en la prensa amarilla y sensacionalista artículos criticando a celebridades por el resultados de sus intervenciones y procedimientos cosméticos, el bullying digital cebándose nuevamente. Se critica al que no se hace nada “por falta de cuidados” o quien se hace también, la rueda de la insatisfacción trabaja sin fin, y nunca se llega al objetivo deseado. Es la zanahoria del burro.
El otro día casi me desmayo viendo un tratamiento de láser para corregir bolsas bajo los ojos, me quedé mirando, como una tonta, vi el procedimiento y luego el posoperatorio (la señora parecía como si hubiera metido la cabeza en el horno a lo Sylvia Plath) y me maree. Pero más tarde me miré al espejo, y me sorprendió ver mis propias ojeras y bolsas más acentuadas, la mirada cansada, la piel del párpado fina, y pensé en mi propia blefaroplastia. Maldita sea, te lo meten en la cabeza, y el mi cerebro es permeable, absorbente, me lo como todo, enterito, lo critico, lo veo, lo entiendo, me disgusta, pero me lo trago, porque no quiero quedarme fuera de juego, fuera del juego.
Otro nicho de mercado en auge es el climaterio, se está visibilizando notablemente el tema de la menopausia, que empieza a dejar de ser un tabú social y personal. Podria pensarse que se trata de una exposición positiva, pero la realidad es que la mayor parte del contenido se centra en recordarte que no tiene por qué resignarte: “no te quedes fuera de juego”, fuera de ese juego de la seducción principalmente. De ahi el interés, dejar el juego significa consumir menos. La menopausia un hito biológico a partil del cual ya no se puede concebir, luego tu atractivo sexual se anula, y al vida amorosa y sexual se reduce, y por ley de vida se transita a otro estado, “más tranquilo”, pero no te quieren dejar marchar, por todo el capital que se moviliza en torno al romanticismo y el amor (por qué le llaman amor cuando quieren decir sexo). Así que está todo pensado para mantenernos el máximo tiempo posible en esa batalla perdida. Mira a Carrie de Sexo en Nueva York, a los 60 y todavía con las amigas hablando de sexo y ropa, dietas y remedios milagrosos contra el paso del tiempo. No es que se apoye la sabiduría y la madurez, no. Hay un bombardeo en redes de tema relacionados con la menopausia, pero sobre todo remedios, que se centran en evitar el aumento de peso, la flacidez de la piel o la pérdida de masa muscular, lease aspecto de vieja. Y si nada funciona pues cirugía estética, para qué esta la ciencia si no.
Se dice que en un número no muy elevado de años, podríamos ser “amortales”. Imagino a mi yo transhumano de 215 años inyectándome hormonas para reencontrarme con mi deseo sexual perdido, cuando las cicatrices de mis operaciones sanen después de tres infecciones (si es que los antibióticos siguen funcionando para entonces) y no se si me resulta muy tentador. Admito que sueño con la eterna juventud, pero aún no he decidido a qué precio.