La gran sustitución: la IA y su oferta que el cine no podrá rechazar

En un mundo donde la inteligencia artificial avanza a pasos agigantados, surgen preguntas incómodas sobre su impacto en la creatividad humana. Mientras algunos sueñan con que la IA nos libere de las tareas mundanas, otros se inquietan por el futuro del cine y el arte, temiendo que las máquinas puedan reemplazar a los creadores. A lo largo de este reportaje, expertos en derecho, cine y creatividad exploran los riesgos, las oportunidades y las implicaciones de esta nueva era tecnológica, cuestionando hasta qué punto la IA puede (y debe) intervenir en lo que antes solo era obra del ser humano.

Trota por las planicies de internet una golosa declaración de la autora Joanna Maciejewska. En ella afirma: “Quiero que la IA me haga la colada y friegue los platos para que yo pueda escribir y hacer arte, no que la IA escriba y haga arte por mí para que yo pueda hacer la colada y fregar los platos”. Se trata de una sentencia evidente, ¿no? ¿Por qué debería la autora especificar semejante obviedad? ¿A qué fin mentar la perogrullada? Sencillamente, porque el sentido común no siempre rige el progreso. Menos aún el tecnológico. Y la inteligencia artificial, como el fuego, puede emplearse para calentar o cocinar, pero también para destruir…

Escribió Aldous Huxley que: “La principal ventaja de una inteligencia artificial sería que nunca se le ocurriría hacer una revolución”. El hándicap frente a esta supuesta ventaja es que la IA, queda claro, no piensa por sí sola. Esta herramienta es una llama. Y en manos de un pirómano, cualquier llama es un incendio. De modo que, ¿quién nos asegura que la llamarada de la IA no está en manos de los mayores pirómanos del planeta? El inminente, o ausente, incendio que nos espera lo dirá.

Sea como fuere, no son pocas las uñas que se amontonan bajo los faldones de los sofás del planeta frente al auge de la inteligencia artificial. De hecho, en las lides del arte, sobran los parroquianos que han sentido la gélida presencia de esta nueva herramienta susurrándoles la desgracia al oído. Especialmente en el mundo del cine. Parece lógico, si tenemos en cuenta las marabuntas de dinero que lo erigen y la expectación a su alrededor. Es tan poco de sorprender que este nuevo comodín tecnológico haya sacudido sus cimientos, como que haya babeantes intereses en ponerlo en práctica. No hay industria como la de las pantallas, ¿cierto? Conviene así preguntarse: ¿qué será del cine en la era de la inteligencia artificial?

A fin de resolver la cuestión, me he puesto en contacto con abogados, guionistas, directores y demás perlas del fastuoso collar del sector cinematográfico. Por lo general, ninguno duda de la genialidad intrínseca ligada a lo humano que sostiene el cine y la televisión. No obstante, eso no quiere decir que sus teorías nieguen, al menos absolutamente, la inseguridad y el terror a la Gran Sustitución. Un escalofrío que, si bien tímidamente justificado, muchos quieren rentabilizar engordándolo hasta la monstruosidad. Porque si hablamos de regulación; de la ley hecha norma, y de todo aquello en dónde puede recalar la injusticia para ser corregida, veremos que respecto a la IA no todo está tan claro.

El joven abogado especializado en derecho de la propiedad, Ricardo Burgos, opina a este respecto que: «El surgimiento de la inteligencia artificial plantea un reto significativo para el derecho, ya que genera interrogantes sobre cómo regular el equilibrio y la justicia entre ciudadanos, especialmente con el nuevo reglamento europeo de IA. Aunque esta tecnología puede generar empleo y transformar sectores, la legislación aún enfrenta dudas sobre su aplicación efectiva en países como España y su impacto global, dado que existen enfoques diferentes en otras naciones. La IA genera muchas preguntas sobre cómo los resortes del derecho podrán abordar esta nueva realidad de manera equitativa y eficaz”. Una prueba de cómo, en las lides de la creación sin nombre, o de la producción sin referencia, no está, ni mucho menos, el pescado vendido. Mejor dicho, ni siquiera se sabe de qué clase de pez hablamos.

Dirigiéndonos ahora al espectro más creativo de la materia, el director, periodista y guionista cinematográfico, José Ángel Esteban, no descarta que exista una legítima motivación para la duda: “Estamos dejando que las grandes corporaciones controlen la inteligencia artificial”, dice al ser interrogado por los marionetistas de la herramienta. Dichas empresas toman decisiones sobre cómo se utiliza la IA, y no son transparentes en cuanto a su origen y uso, lo que afecta la calidad de la información. Esto puede generar una falta de confianza en las creaciones y manipulaciones que nos presentan, sin saber si lo que vemos es auténtico o alterado”. Y siento decirlo pero, seamos honestos, a nadie le gustaría saber, justo después del éxtasis, que quien calienta la cama a su lado es un exoesqueleto rebozado en músculo artificial al estilo Terminator. Porque, como es fácil de intuir, son esa clase de menudencias las que construyen una relación solvente. Temas de certidumbre, honestidad, fe ajena, etc. Si funciona en las parejas, ¿por qué no iba a hacerlo en lo demás?

Ojo, eso no quita que la inteligencia artificial pueda ser un embudo de oportunidades tremendamente prometedor. A este respecto, Burgos opina que: «La inteligencia artificial tiene un enorme potencial para beneficiar a sectores como la producción audiovisual, donde puede optimizar procesos y reducir costos, mejorando la eficiencia”. Lo cual, claro, tampoco significa que haya que tirarse a su piscina sin mirar. Y no hablo sólo del objeto en sí, sino de cómo se lo ha vendido. “La IA”, prosigue Burgos, “ha generado una narrativa apocalíptica sobre la sustitución de trabajos humanos, alimentada por la desinformación que fomenta el miedo y la inseguridad entre la población. Es importante, entonces, reconocer tanto los beneficios como los riesgos de la IA y centrarse en su implementación responsable para evitar consecuencias negativas para los trabajadores”. Vaya, que una vez más lo de la desinformación, ese viejo cuento de que la verdad es relativa, también ha de ser tenido en cuenta. No se libra uno de los trending topics ni con salfumán.

Siguiendo con la duda anterior, José Ángel Esteban expone que: «El mayor riesgo de la inteligencia artificial en la industria cultural es que las grandes corporaciones la utilicen para reducir costos, prescindiendo de actores, guionistas y otros profesionales. Lo cual pone en peligro la calidad y la diversidad del trabajo humano”. De modo que, para no alterar la narrativa que lleva engordando el ego de los luditas desde la primera revolución industrial -¿quién sabe si desde los primeros sílex?- con la tecnología, y sus dueños, hemos topado. ¡A las barricadas!, tienta gritar. Y a reventar los servidores por un futuro más justo y primitivo.

Sin embargo, no empecemos a prender antorchas, ni a hacer círculos de sal alrededor de nuestras camas, ni a inspeccionar con gotitas de pis asomando los armarios al llegar la madrugada. La Gran Sustitución no es tan sencilla como la pintan. “La inteligencia artificial no puede sustituir a un actor en una película o serie sin su consentimiento explícito”, asegura tajante Burgos. “El trabajo de los actores, ya sea en imagen, voz o cuerpo, está protegido por derechos de autor. Cualquier uso o emulación de su trabajo previo, como en el caso de Pedro Pascal en The Mandalorian, donde autorizó el uso de su trabajo para generar contenido sin su presencia física, debe contar con la debida autorización. Además, si la IA crea una imagen o contenido que induce a error o causa confusión respecto a la identidad de una persona, esta puede reclamar daños y perjuicios por el uso no autorizado de su imagen”. Fiuuu… Menos mal. Parece que todavía tenemos, como fachas autogestionadas y no-cibernéticas, algunos derechos sobre lo que se hace con nuestra fisionomía particular.

Pero esa ley carece de sentido si se hace la trampa. Y no dirime de responsabilidad y buenas prácticas a quien maneja los hilos. Así lo ve el abogado especializado en derecho de la propiedad intelectual: “Es crucial que las empresas que utilicen IA en la creación de contenido informen al público que su producción ha sido generada artificialmente. Esta transparencia ayuda a evitar confusiones sobre la autoría y protege los derechos del individuo, especialmente en cuanto a su imagen y honor. Los actores o figuras públicas tienen el derecho a saber quién está detrás de la creación y difusión de cualquier material que los implique, y pueden tomar acciones legales si consideran que sus derechos han sido vulnerados. No está todo tan jodido, parece ser, si nos plegamos al longevo bien hacer, y sabiduría, de la Dama Justicia. Al menos, en lo que a IA y actuación se refiere.

Pero vayamos a términos un tanto más… trascendentes. Quizás glutinosos. Líquidos. Como gelatina resbalando por nuestros resabiados dedos. ¿Acaso podría, de verdad, una IA sustituir todo el entramado que permite alumbrar la magia del cine? El galardonado guionista, director y escritor, Julio Rojas, sostiene que: “El cine es una experiencia humana irremplazable, impulsada por emociones, preguntas y perspectivas propias de los seres humanos. La IA generativa puede replicar aspectos técnicos del cine, pero estamos al inicio de una fase híbrida donde la IA es solo una herramienta. En el futuro, agentes artificiales podrán crear obras completamente artificiales, pero la pregunta es si nos interesará ver algo sin una búsqueda de sentido humano”. Personalmente, siempre he sido un purista del sudor. Y por muy bien que una máquina recreativa disemine una melodía en un estadio, servidor sigue adorando ese extraño vínculo que se crea entre el plebeyo que contempla al artista nervioso sobre las tablas, y la genialidad que aflora en esa bola de tensión humana. Será uno, en fin, un poco pejiguero.

«Sin embargo, una sustitución total, en la que no haya un humano detrás de cada representación, es otro nivel de complejidad”, insiste Rojas. “En una animación de Pixar, por ejemplo, tampoco hay un humano físicamente en escena, aunque sí una voz que ha sido modulada e intervenida. La verdadera pregunta es hasta qué punto el público aceptará una sustitución total, una IA que genere toda la narrativa, los personajes y el conflicto emocional sin un actor o guionista humano involucrado”. Un interrogante al que, huelga decir, quien escribe no está preparado para dar respuesta. Salvo, quizás, y muy perruna y oportunamente, con otra declaración del autor Julio Rojas: “La reacción del público ante la sustitución de humanos por IA en el cine será variada. Lo hemos visto en la resistencia hacia tecnologías emergentes como los deepfakes o CGI. Sin embargo, la sustitución siempre ha existido, como cuando un actor interpreta a otro o cuando un personaje es creado digitalmente”.

Lejos de querer batallar con Rojas, parece transparente que un pugilato entre cuatro grupos de falanges humanas peleando por su supervivencia, es más emocionante que un par de marcianadas robóticas dirigidas por un mando a distancia, o incluso sin él, dándose de piñas. A pesar de ello, el guionista y director sabe cómo hacer besar la lona a este argumento. «Piensa en el mundo de los videojuegos: hay más de 3,100 millones de jugadores que consumen un producto de entretenimiento sin soporte humano. Luchan, se emocionan, crean estrategias y se divierten con otros jugadores en universos artificiales, con NPCs y entornos totalmente diseñados por algoritmos. Ninguno de esos 3,100 millones dejará de jugar si descubre que el juego lo diseñó 100% una IA. Ni siquiera le importaría. Es complejo, pero la infiltración ya llegó, está aquí, y creo que su inicio no fue ahora, sino en el momento en que un homínido tomó el primer palo y lo usó como extensión de su cuerpo”. En fin, ¿será el futuro un gran y alienante videojuego incrustado en el cerebelo de cada pringado, antaño lúcido, del planeta? El tiempo dirá…

De momento, podemos refugiarnos en aquello que las máquinas nunca han logrado justificar. Hablo de Annie Hall, de Cuando Harry encontró a Sally, de Antes del atardecer, de Los abrazos rotos o La vida de Adèle. Hablo de esa extraña pulsión hacia la totalidad, sin importar el vacío que la rodee, a la que llamamos amor. «Una de las claves de la creación es el amor, la emoción, el dolor, la memoria del propio cuerpo”, recalca José Ángel Esteban. “La inteligencia artificial puede procesar datos, pero no tiene esa experiencia subjetiva, no puede sentir como un ser humano. No ama igual,” incide el autor con una vigorosa determinación, dicho sea, muy humana. «Las obras de arte no están aisladas”, matiza. “Están corporizadas en las personas que las crean, quienes tienen una historia, una memoria y una tradición. No está claro si la inteligencia artificial puede replicar eso. La conexión emocional y cultural de un creador con su obra no puede ser reemplazada simplemente por datos procesados por una máquina”.

Esteban, no se vayan a creer, no es el único que comparte estas tesis. El guionista y director, Joaquín Górriz, opina de manera similar en lo que a la IA se refiere: «El arte creado por la inteligencia artificial, aunque pueda parecer técnicamente impresionante, carece de algo fundamental: el alma. Puede generar una historia o un guion utilizando grandes bases de datos y análisis, pero nunca podrá experimentar la emoción, el dolor, el amor o la memoria humana que infunde a las obras una dimensión única. Aunque la IA puede hacer una especie de collage de ideas y estilos, lo que produce nunca tendrá la misma autenticidad ni conexión emocional que una obra humana, porque carece de la experiencia subjetiva que da vida al arte”. ¿Será verdad aquello de que una máquina, por mucho que se la actualice, es incapaz de empatizar con la pérdida? Bien sea de un amor o de un ser querido, ningún mecano lagrimeará al escuchar My Funny Valentine, de Chet Baker. Y eso, en fin, lo dice todo. Incluso de los humanos. Porque quien no sienta un quebranto invasivo al oír algo parecido, bueno… tiene más de robot que de persona. 

Dinero, dinero y dinero… Esa parece ser la hoja de ruta de cierto espectro de la industria. Una élite humana que, aun pudiendo emocionarse con Chet Baker, decide hacer caso omiso a sus impulsos humanos y primar la conquista del dorado. ¡Más boniatos en sus cuentas bancarias! «Es obvio que existe una tendencia preocupante en la industria hacia la priorización del beneficio económico sobre la expresión artística», afirma Julio Rojas. «Los grandes estudios y las plataformas de streaming parecen cada vez más enfocados en apostar por fórmulas probadas en lugar de narrativas arriesgadas o innovadoras. La IA podría exacerbar esta tendencia al hacer más fácil y económico producir contenido ‘seguro’.” ¿Seguro? Sí, desde luego, sagrado eufemismo de “rentable”.

Visto el panorama con perspectiva, se impone una pregunta. ¿Cómo resistir al supuesto “apocalipsis” que se nos echa encima? “La resistencia se centra en preservar los derechos laborales mientras se busca un equilibrio sobre cómo lidiar con esta nueva tecnología, que va siempre varios años humanos por delante”, asegura Rojas. Una batalla que, como bien recalca José Ángel Esteban, no deja de estar en el candelero de la industria: «El mayor riesgo de la inteligencia artificial en la cultura es que las grandes corporaciones la utilicen para reducir costos, prescindiendo de actores, guionistas y otros profesionales. Esto pone en peligro la calidad y la diversidad del trabajo humano.»

Joaquín Górriz, por su parte, opina que el alarmismo es justificado, al tiempo que ligeramente infundado. Mejor dicho, alarmista. Al fin y al cabo: «a los productores, tanto en Hollywood como en España, les interesaría prescindir de la figura del guionista, ya que muchos creen que es más económico y rápido. Sin embargo, los guionistas somos gente profesional que, por nuestra experiencia y conocimientos, somos insustituibles. Aunque se pueda pensar que la inteligencia artificial podría reemplazarnos, el proceso de creación de una historia es mucho más profundo que simplemente seguir un conjunto de reglas, y la creatividad humana no se puede reducir a patrones algorítmicos”. Más aún, si, como bien destaca Górriz, el espectador no es un tarado complaciente que se bebería hasta el agua negra de los charcos urbanos.

«El público”, incide el guionista, “dependiendo de lo que busque en una película, puede ser más o menos tolerante con el uso de la inteligencia artificial en la creación de contenido. Si se trata de una película de acción de bajo presupuesto como las de Hollywood de serie B, es probable que al público le dé lo mismo si la película es creada por una máquina o por un humano, siempre que haya efectos especiales y acción. Sin embargo, el público más intelectual y que valora el arte en su sentido más profundo no aceptará fácilmente la idea de que una máquina sea la encargada de crear una obra que busca explorar la condición humana, ya que la falta de humanidad en el proceso de creación afectaría la conexión emocional con la obra”. Todo queda, parece, en manos de los cultivados. De quienes le piden al séptimo arte unas dosis euforizantes de profundidad. Oh, señor, pues estamos apañados…

No obstante, frente a la inquietud desafecta que pudiera inundarnos, Joaquín Górriz también goza de argumentos para elevar la desazón hasta las cumbres del bienestar. O quizás no tanto… pero sí, al menos, a las de una cierta esperanza. «Aunque la tecnología cambia y se crean nuevos formatos«, asegura Gorriz, «las artes, como el cine, el teatro, la radio y la poesía, nunca desaparecerán. A lo largo de la historia se ha dicho que cada medio está destinado a ser reemplazado por otro, pero la necesidad humana de contar y experimentar historias siempre prevalecerá. El cine, en particular, sigue siendo una experiencia única que no se puede replicar en casa, por mucho que las pantallas sean más grandes. Aunque los nuevos medios, como los videojuegos, tienen su espacio, las experiencias artísticas en vivo y el cine como espectáculo seguirán siendo una parte esencial de nuestra cultura.” Una conclusión prometedora a la que habrá que aferrarse. Al menos, aquellos soñadores que seguimos creyendo en la magia tras una gran monitor, y su talento para hacernos creer en lo imposible. O incluso en posibles que, por lo que sea, se nos habían escapado.

La verdadera cuestión no es si las máquinas piensan, sino si los hombres lo hacen”. Esta frase de B. F. Skinner es la perfecta conclusión a todo lo dicho anteriormente. Porque, como hemos visto, quizás los “maestros de marionetas”, como diría Metallica, sean poderosos titanes inermes al bienestar de la autonomía humana. Pero eso no quita que haya impulsos orgánicos, como estallidos eléctricos, que hagan de lo nuestro, de lo consciente y vivido, un valor privilegiado. Y, bueno, curiosamente, para variar en este desinteresado sistema en el que las acciones individuales parecen valer menos que cero, que escribiría Bret Easton Ellis, está en nuestras manos plantarnos. Decir, alto y claro: ¡qué viva lo humano! Clamando que la inteligencia artificial, por mucho que apriete, jamás tumbará las fuerzas humanas que sostienen el mundo del cine.  Y que si en algo debiera de esforzarse, es en aprender a hacernos la colada y a lavar los platos, que del arte, en fin, ya nos encargamos nosotros.

Sobre la firma

Galo Abrain

Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.

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