Dícese de mi generación que no sabemos hacer la O con un canuto sin ponernos a lloriquear. Que nuestra piel es de cristal blando. De Baccarat. Del que se rompe con sólo mirarlo. Que sacralizamos antes una melopea empapando una cena de restaurante foráneo semanal, que reservar fondos para un chamizo en propiedad. Que somos una cofradía de chiquipark pasota a la que no le gusta trabajar de sol a sol, con los sesos perlados de ansiedad, con la sola aspiración de haraganear en el sofá subiendo mamarrachadas a las redes sociales. Y ¿qué quieren que les diga?, es absolutamente cierto. Al menos, si uno se fija exclusivamente en el contenido que surfea por redes.
Las plataformas son el escaparate predilecto de la vulgaridad mental cotidiana de una generación acuartelada en el ego, la frivolidad y un infatigable ocio. Más películas de Marvel y menos existencialismo. Cuatro berridos en Twitter sobre si les pica más la oreja derecha o la izquierda, si el feminismo es esperanza o inyección letal y un par de escupitines a la recaudación de impuestos. Diseminar el polen de la desinformación como abejitas furibundas, creyendo que con un video de 2 minutos se puede explicar todo el entramado de la corrupción global. Dar cuartelillo y aplauso a cualquier oráculo de la ignorancia. Salvo, cuidado, si una crisis atropella la actualidad.
La DANA de Valencia ha contagiado el compromiso en las hordas jóvenes. Frente a la torcedura, miles de reclutas se han lanzado a socorrer una ciudad, una región, incluso, metafóricamente: un país, cuando los mecanismos que deberían haber hecho la labor con agilidad se constiparon. Los afectados pasaron lista y los agentes públicos estaban ausentes. O a medio culo. O igual de enfangados en putrefacciones burocráticas que las calles en siniestro a las que debían atender. Un impresionante número de músculos tersos y huesos fuertes acudió a rellenar ese vacío. El cristal de Bacarra se convirtió, de la noche a la mañana, en cristal de roca y lo titánico de la tarea no achantó a nadie. Esa es la parte bonita de la historia. La esperanzadora. La que sirve de ejemplo. La terrorífica tiene lugar a colación…
Porque no todos los jóvenes que acudieron al núcleo del desastre lo hicieron pala y humildad en ristre con la frente perlada de sudor. Los hay que llegaron al corazón de la catástrofe como a un safari. Igual que si pagaran un pastizal por vendimiar, fardando de un esfuerzo campesino totalmente artificial. Y de ahí las fotitos. Los likes. La hondura moral que creen estar despachando. Como si no fueran conscientes, o les importara bien poco, que la publicitación desaforada de las virtudes contamine su valor. Y lo reblandezca hasta convertirlo en un trozo de regaliz al sol. Flácido. Glutinoso. Repugnante. Todo porque la exaltación de la épica les ha hecho creer que sus redes deben correr la misma suerte que las películas. Aunque ambas sean sólo ficciones.
Por cada valiente desconocido que ha arrimado el hombro, otro ha deshonrado su ayuda parapetado en un riguroso sentido de la afirmación personal. La autopropaganda oportunista en los peores momentos es la forma más baja de narcisismo. A todos nos gusta un buen cumplido de vez en cuando. Pero de ahí a la promoción hay un salto insolente. Calladito estoy más mono, es un mantra que deberían recitarse unos cuantos. Necesitamos menos balas de fogueo: mucho ruido y pocas nueces, y más gente tímida y sensible.
Los horrores de la DANA han sido el escenario de gestas hercúleas magníficas, tanto como el decorado donde convertir las redes sociales en el terreno ideal para esta exaltación vacía, donde el heroísmo se mide en la cantidad de corazoncitos alcanzados. En la desgracia ajena puede elevarse la soberbia, pero la verdadera prueba de humanidad llega cuando todo está tranquilo. Lejos de cámaras y rédito. Porque rentabilizar el altruismo, fardar de solidaridad, metamorfosea la benevolencia en inversión convirtiéndola en una letrina moral.
Decía Henry Miller en uno de sus Trópicos que la verdadera amistad no reluce en las malas. Lo hace en las buenas. Las duras son momentos en donde la desgracia ajena envalentona la autoestima de quien echa una mano. Se conquista el poder y la deuda. En las maduras, cuando todo le va bien al contrario, casi hasta empequeñecerte, es donde puedes demostrar la honradez. La bulimia del egoísmo es el perfecto sinónimo de la calidad humana.
La fragilidad cristalina, el histrionismo y la mentecatez de una generación juvenil aparentemente cloroformizada han quedado en entredicho ante la hecatombe valenciana. Un alto porcentaje de esa masa abstracta, supuestamente pornoadicta, tiktokera, frívola y desentendida, ha conquistado la esperanza de una nación frente a una clase política deficiente en constante mitin. Otra parte del montante, en cambio, ha convertido un buen gesto en una lupa sobre su validez con la intención de lucrarse -fama, dinero, soberbia-. Beatificándose a costa de la miseria ajena. Igual que hacerse con sonrisas que parten la cara en dos abrazando niños africanos cercanos a la desnutrición.Como dejó escrito T. S. Eliot: “no hay mayor pecado que hacer lo correcto por la razón equivocada”. Pues eso…
Bueno sería el desenlace del desastre si, el sentido común mediante, se redujeran al mínimo los fardones, y los honrados corajudos tomasen conciencia de que no sólo hay que estar en las duras, sino también en las maduras. Cuando la emergencia no sea un chillido agudo rebotando por toda la península sino un leve susurro. Un ruego pequeño y cotidiano, hasta doméstico, que sin trampas vanidosas sólo dé como ganancia la certeza anónima del apoyo mutuo. Nada de onanismos morales públicos. Ni de relucientes urinarios para la autopromoción.
La DANA de Valencia ha representado un nuevo punto de inflexión en una actualidad dominada por la incertidumbre y el descontento político. Un campo de batalla en el que, como sucede en las tierras de contienda, han asomado la dignidad, el orgullo y la fortaleza, tanto como la cobardía, la pusilanimidad y, especialmente, el oportunismo. Una vez más, las redes sociales han servido de filtro para identificar las cojeras o virtudes de cada cual. Pero loque creo que todos tenemos bastante claro, incluso los que se dejan emocionar por la artificiosidad de una narrativa altruista muy chaquetera, es que si te haces la foto, no estás cogiendo la pala. ¿Cuál es, entonces, la verdadera razón de tu servicio? ¿Ayudar a los demás o ayudarte a ti mismo?
Sobre la firma
Periodista y escritor. Ha firmado columnas, artículos y reportajes para ‘The Objective’, ‘El Confidencial’, ‘Cultura Inquieta’, ‘El Periódico de Aragón’ y otros medios. Provocador desde la no ficción. Irreverente cuándo es necesario.