No podemos

Los días pasarán y la burbuja mediática acabará bajando. El señor Errejón se verá involucrado (o no) en un proceso judicial. Las víctimas (esperemos) serán reparadas. Pero, ¿en qué estado hemos dejado a esta nueva política española que venía a salvarnos del gran abucheado y corrupto bipartidismo?

Dos y media de la tarde del jueves 24 de Octubre. El (ex)diputado Iñigo Errejón, uno de los líderes del Movimiento Sumar publica una carta en X -si, en X, porque ahora nuestra forma de comunicar acontecimientos importantes ha caído a la cutrez de publicar un captura de pantalla en una red social dominada por un magnate inestable como Elon Musk- en la que anuncia su retirada de la política, su dimisión como portavoz de la formación política y por ende, su trabajo en el Congreso de los Diputados. Un español más para la cola del paro.

En la carta achaca esta retirada a una incompatibilidad del personaje con la persona. Por lo visto, el señor Errejón es una persona que vive en un mundo distópico neoliberal que le impide avanzar de forma sincera con la agenda progresista que su partido defiende. En fin, como si el resto de la humanidad no tuviéramos que superar los mierdones que el capitalismo nos pone cada día. Pero claro, no todos tenemos el don de la palabra para ocultar que somos unos cerdos. Pero los cerdos lo ocultan.

El diputado, a modo de defensa y un ridículo victimismo, pretende ocultar a través del uso de bonitas palabras como “cuidados”, “subjetividad tóxica” o “forma de vida neoliberal” (lo que quiera que signifique eso), que la verdadera razón por la que sale por la puerta de atrás es porque le han pillado con las manos en la masa, nunca mejor dicho. Masa. Concepto muy marxista.

Caretas fuera

Y es que todo esto surge gracias a las publicación de una denuncia anónima por la periodista Cristina Fallarás. Más allá de lo repugnante que son en sí los presuntos hechos cometidos reiteradamente y durante años por el ya ex-diputado, la trama expone la caída en picado de la “nueva política” que venía a salvar a España que no deja más que decepciones y ahora, investigaciones policiales por el camino. La caja de pandora se ha abierto y espero que no vuelva a cerrarse nunca. Pero la generación de políticos por debajo del presidente ya está quemada. ¿Nos la saltamos?

Resulta cuanto menos irónico y sobre todo muy triste, que uno de los líderes fundacionales de Podemos acabe convirtiéndose en el villano de la política posmoderna. Y con él, todos los compañeros de partido cómplices de sus comportamientos. Ellos sí que no me representan. Porque no nos mintamos, cerdos hay en todos lados y de todos los colores. Pero que este cerdo se haya visto amparado por una estructura que lo que defiende a capa y a espada de cara al público es la bandera del feminismo da que pensar. El patriarcado no conoce límites.

El día después

Los días pasarán y la burbuja mediática acabará bajando. El señor Errejón se verá involucrado (o no) en un proceso judicial. Las víctimas (esperemos) serán reparadas. Pero, ¿en qué estado hemos dejado a esta nueva política española que venía a salvarnos del gran abucheado y corrupto bipartidismo? Claramente en horas muy bajas. Mucho chorizo para tanto pan, decían.

Los datos nos dicen que el 65% de los jóvenes españoles se siente decepcionado por los representantes políticos. En otras palabras: solo un 35%, poco más de ⅓ de la juventud española se ve reflejada en esos entes marcianos que llamamos políticos. Si hoy se repitiera el estudio, es fácil pensar que esas cifras serían aún más alarmantes. ¿Cómo se van a ver representadas las nuevas generaciones en unos líderes que se amparan en palabras vacías para justificar sus comportamientos cromañones? ¿Acaso pensamos que las nuevas generaciones son idiotas?

El problema de fondo es muy grave y no parece que tenga una solución, al menos ante el panorama político que vivimos actualmente. El bipartidismo parece volver -algo que de por sí no tiene por qué ser malo- pero con una creciente ultraderecha cuyos mensajes empiezan a calar cada vez más en los más jóvenes en forma y fondo. No sólo porque voten a opciones como Alvise, sino porque el último Barómetro del Centro Reina Sofía de Fad Juventud, nos indica el 23,1% de chicos jóvenes que cree que la violencia de género “no existe o es un invento ideológico”. ¿Raro o no?

Estamos siendo espectadores de una crisis de valores en el escenario político español y, más ampliamente, en las democracias posmodernas, donde las promesas de renovación y transparencia parecen haber quedado en palabras vacías. Este fenómeno no solo afecta la percepción que tienen la juventud de los jóvenes de la política, sino que socava los mismos cimientos de la confianza pública en las instituciones. Cuando una figura como Iñigo Errejón, quien surgió como abanderado de una política diferente y aparentemente comprometida, se ve involucrada en un escándalo de este calibre, no solo hiere a su formación política, sino a la democracia española en su conjunto. Una democracia que recordemos,  fue pionera en luchar contra la violencia de género.

Por supuesto que este fenómeno no es exclusivo de un partido o ideología. De nuevo, cerdos hay en todas partes. Pero lo que sí que hay que tener en cuenta es que cada vez más, la política en la era posmoderna se caracteriza por un ciclo de desgaste constante, en el que las figuras públicas son elevadas a la categoría de iconos para luego caer abruptamente, devoradas por el mismo sistema que las impulsó. Desgraciadamente, no podemos permitirnos que la nueva (ni la vieja) política de formaciones como Podemos, Ciudadanos o más recientemente Sumar, se vea atrapada en un juego de supervivencia en el que la lealtad al proyecto se subordina a la necesidad de cubrirse las espaldas frente a posibles crisis y ataques.

En definitiva, las preguntas de fondo que este escándalo nos deja son dos:

Por un lado, debemos reflexionar sobre si estos proyectos, concebidos para regenerar la política y traer frescura a un sistema anquilosado, tienen alguna posibilidad real de éxito en un contexto que parece devorar cada intento de renovación o idealismo. La promesa de una “nueva política”, que represente y sea capaz de abordar los problemas contemporáneos de una sociedad postmaterialista y precaria a la vez, choca de frente con la maquinaria de poder. Una estructura que impone sus propias reglas y que acaba arrastrando incluso a los que supuestamente estaban más comprometidos con la transparencia, la ética y el feminismo. Una estructura que hace que ocultemos, hasta que resulta imposible hacerlo, las prácticas más reprobables para así poder seguir defendiendo los valores que ellos mismos están violando.

Por otro lado, necesitamos un revisionismo urgente de la superioridad moral de la izquierda. Al igual que la derecha no puede tener el monopolio de la bandera española y los colores que han de representarnos a todos, la izquierda no puede ser el único garante del feminismo. La juventud, cuya confianza en los políticos sean del bando que sean es ya baja, percibe estas contradicciones con claridad. El cinismo se extiende, no solo porque sientan que sus necesidades no son tomadas en cuenta, sino porque perciben que los discursos grandilocuentes sobre la ética, el feminismo y los cuidados son poco más que retórica vacía. Yo misma he sido participe de esto. No me siento orgullosa. Como mujer joven involucrada en política, no me siento cómoda con esta superioridad moral que nos impide avanzar.

No podemos permitirnos, si queremos realmente transformar nuestra sociedad y no simplemente ganar la batalla del relato tener una izquierda tan superior y débil al mismo tiempo. En fin, puede que tengamos la democracia y los líderes que nos merecemos, y que aunque digamos que no nos representen, en realidad sean un fiel espejo de lo que somos. Como Berlusconi en Italia.

*Elsa Arnaiz Chico es presidenta de Talento Futuro

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