Como alguien que se ha pasado la vida navegando por las mareas siempre cambiantes del lugar de trabajo, tengo que decir que este momento parece como si estuviéramos en un cohete hacia el nirvana de la inteligencia artificial. La inteligencia artificial está en todas partes, desde nuestros teléfonos que predicen nuestro próximo mensaje de texto hasta las herramientas de recursos humanos que examinan a los candidatos incluso antes de darles la mano. El otro día, mi frigorífico me dijo que me había quedado sin leche. Gracias, Skynet.
Pero, antes de que entreguemos las llaves a los señores de la IA, quiero hacer una pausa y retomar una idea de uno de mis neurocientíficos favoritos, Antonio Damasio. En su libro El error de Descartes, Damasio sostiene que la emoción desempeña un papel vital en la toma de decisiones, un punto que parece especialmente relevante ahora que dependemos cada vez más de máquinas que, evidentemente, no tienen ninguna.
El argumento de Damasio se reduce a lo siguiente: los seres humanos no están diseñados para tomar grandes decisiones basándose únicamente en la lógica. La razón pura y fría no basta. Sin ella, nuestras decisiones carecen de matices, empatía y ese toque humano único. En resumen, tomamos peores decisiones cuando fingimos ser robots. Y ahora estamos todos montados en este cohete de la inteligencia artificial, en el que parece que adoramos precisamente aquello a lo que no deberíamos aspirar: la lógica impecable y sin emociones.
El dilema: ¿más inteligencia artificial y menos humanidad?
En la locura actual por la IA, corremos el riesgo de perder de vista uno de los mayores regalos que la propia IA nos ha dado: la oportunidad de redescubrir lo que nos hace humanos. En lugar de intentar competir con las máquinas, deberíamos centrarnos en lo que realmente se nos da bien: la creatividad, la empatía, la intuición y, sí, las emociones.
Hemos llegado a este fascinante punto en el que la IA es genial en cosas como el procesamiento de datos, pero es pésima en cosas como la empatía, la creatividad y el pensamiento creativo. Son cosas que sólo los humanos pueden hacer bien (por ahora). Así que, aunque la IA es fantástica en ciertas tareas, nos toca a nosotros tomar las decisiones que requieren una mezcla de lógica y emoción.
A medida que nos adentramos en la IA, ¿nos alejamos de nuestra humanidad? Esa es la cuestión. Y no es sólo Damasio quien levanta la bandera roja. Otros líderes del pensamiento, como Sherry Turkle, autora de Alone Together, señalan que a medida que la tecnología avanza, nos distanciamos emocionalmente de los demás y de nuestros propios sentimientos. Yuval Noah Harari, en Homo Deus, advierte del riesgo de que los humanos se vuelvan irrelevantes en un mundo en el que la IA y los algoritmos toman todas las decisiones.
Emoción y liderazgo: Nuestra arma secreta de IA
Cuando trabajo con líderes de distintas industrias, un tema común que escucho es el siguiente: «¿Cómo nos adelantamos a la curva de la IA?». Esta es mi opinión: olvidémonos de adelantarnos a la IA. Centrémonos en adelantarnos a nosotros mismos.
Creo que el futuro del liderazgo pertenecerá a quienes abracen nuestras cualidades humanas únicas. La IA no puede construir relaciones. La IA no puede inspirar a la gente con una visión de futuro que resuene emocionalmente. Y, desde luego, no entiende los matices en las conversaciones difíciles. Ahí es donde entramos nosotros. En la era de la IA, nuestra capacidad humana de empatía, inteligencia emocional y resolución creativa de problemas es más valiosa que nunca.
Tomemos un ejemplo real: la contratación. La IA puede ser capaz de examinar los currículos más rápido que un reclutador humano, pero ¿puede detectar los signos sutiles de un gran encaje cultural? ¿Puede entender las cualidades intangibles que hacen de alguien no sólo un buen candidato, sino el candidato adecuado para su equipo? No apuesto por ello. Por supuesto, la IA puede procesar datos y detectar patrones, pero depende de los humanos interpretar esos datos de forma significativa. Esa interpretación requiere inteligencia emocional, y Damasio diría que nuestros instintos son a menudo más importantes de lo que creemos.
El Reto de la Humanidad: Aprender a ser más humano
Estamos en un momento en el que la IA está haciendo un trabajo fantástico enseñándonos algo increíblemente profundo: lo que significa ser humano. Al destacar en áreas en las que los humanos somos débiles -como el procesamiento de datos-, pone de relieve las áreas en las que somos fuertes, áreas que a menudo se infravaloran o ignoran.
Lo vemos en los campos creativos. La IA puede imitar el arte, la música y la escritura, pero lo que produce es esencialmente una remezcla de patrones pasados. No hay alma, no hay lucha personal, no hay profundidad emocional. Por eso no va a escribir el próximo Workquake, al menos no como yo lo haría. Ansiamos originalidad, no un robot que escupe patrones, y esa originalidad está arraigada en el desorden de la experiencia humana: nuestras emociones, nuestros fracasos y nuestros triunfos.
El reto al que nos enfrentamos ahora no consiste en hacer que la IA sea mejor como ser humano, sino en hacer que nosotros seamos mejores como seres humanos. Tenemos que perfeccionar las habilidades que la IA no puede reproducir: la empatía, la comunicación y la intuición. Y tenemos que enseñar a los líderes a valorar estos rasgos, no como «habilidades blandas», sino como la base sólida de un liderazgo eficaz.
Redescubrir la humanidad en un mundo obsesionado por la tecnología
Así que, mientras nos adentramos en este futuro impulsado por la IA, no olvidemos la importancia de las emociones en la toma de decisiones. No perdamos de vista el hecho de que, por mucho que nos guste fingir que somos seres hiperracionales, no lo somos. Y no pasa nada. Porque nuestras emociones, nuestra intuición y nuestra capacidad de preocuparnos por los demás son lo que nos diferencia de las máquinas y lo que nos hace indispensables en un mundo en el que la tecnología está en constante evolución. Adoptemos la IA, pero no a expensas de nuestra humanidad. Si lo hacemos bien, la IA no nos hará menos humanos, sino que nos dará la oportunidad de ser más humanos que nunca.