Una mañana de 2019, Donald Trump sorprendió al mundo al declarar su intención de comprar Groenlandia. La respuesta de un estupefacto gobierno danés no tardó en llegar: «Groenlandia no está en venta». Sin embargo, más allá de la aparente excentricidad, la propuesta escondía una motivación estratégica: controlar una de las reservas de tierras raras más importantes del planeta.
Desde entonces, se produjo una escalada en los precios de elementos como el praseodimio, impulsados por la demanda de motores eléctricos y pantallas de smartphones, hasta alcanzar su máximo en 2022. Sin embargo, a partir de marzo de ese año, los precios comenzaron a caer de manera sostenida hasta su mínimo actual. Si se observa la evolución de los precios desde 2019, la gráfica tiene el aspecto de una montaña escarpada.
Aunque varios factores influyen en esta tendencia bajista, el principal es la política industrial de China, que controla más del 60% del suministro global y, en este momento, prefiere mantener los precios bajos. Además, este control le otorga un poder que utiliza estratégicamente. Por ejemplo, cuando Estados Unidos restringió el acceso a chips avanzados, China respondió limitando las exportaciones de galio y germanio, dos elementos de los cuales produce más del 90% y el 60% mundial, respectivamente.
Mientras China sigue afianzando su dominio, Europa lucha por la seguridad en el acceso a materias primas críticas como el litio, el cobalto y las distintas tierras raras. Son elementos indispensables para las tecnologías que impulsan la transición ecológica y digital en la que estamos inmersos. Cada smartphone, por ejemplo, contiene alrededor de 70 elementos químicos, de los cuales, en promedio, siete son tierras raras. Las pantallas, en particular, emplean elementos como itrio, lantano, terbio, praseodimio, europio, disprosio y gadolinio.
Para reducir esta dependencia del exterior, la Unión Europea ha lanzado iniciativas como la Ley Europea de Materias Primas Fundamentales, que establece metas claras para 2030. Entre ellas, que el 10% de las necesidades anuales de estas materias se cubran con extracción local, el 40% sean procesadas en Europa y el 25% se consiga mediante reciclaje. Además, ningún país podrá acumular más del 65% del suministro, lo que obliga a diversificar las fuentes.
En España, se han impulsado proyectos para encontrar recursos locales, como el MAGEC-REE, que durante cuatro años estudió el potencial de Canarias para extraer tierras raras. Es importante señalar que, pese a su nombre, las tierras raras ni son tierras ni son especialmente raras. Estos elementos son abundantes, pero no se encuentran en estado puro, sino mezclados con otros elementos. Esto hace que su separación requiera de procesos industriales intensivos en energía y contaminantes.
No todas las reservas tienen la misma calidad, por eso nuevas start-ups están aprovechando la inteligencia artificial para localizar yacimientos con mayor proporción de tierras raras. Un ejemplo destacado es Kobold Metals, respaldada por figuras como Jeff Bezos y Eric Schmidt, que emplea simulaciones y tecnología satelital para identificar los mejores sitios de perforación, mejorando la precisión en la extracción y reduciendo el impacto ambiental.
A pesar de los avances tecnológicos, la minería de tierras raras sigue siendo un tema delicado. Un ejemplo es el proyecto de Quantum Minería en Ciudad Real, que permanece paralizado por la oposición de ecologistas y agricultores. Este caso ilustra la tensión entre la necesidad de estos recursos para la transición ecológica y el impacto que generan en las comunidades locales. En resumen, sin minería no hay transición verde, pero nadie quiere que la actividad minera se realice en su propio territorio.
Afortunadamente, a medida que las tecnologías de reciclaje avanzan, es más factible y rentable recuperar materiales valiosos de productos desechados, fortaleciendo la economía circular. Empresas como la belga Umicore ya se especializan en reciclar metales preciosos y tierras raras. Un ejemplo interesante es HyProMag, una empresa surgida de la Universidad de Birmingham y recientemente adquirida por Mkango. Han creado técnicas para reciclar imanes de discos duros, reduciendo el consumo de energía hasta en un 88% frente a métodos tradicionales. Con el auge de los vehículos eléctricos y aerogeneradores, este reciclaje puede disminuir la dependencia de importaciones y reducir el impacto ambiental. Europa necesita urgentemente este tipo de soluciones.
El reciente «informe Draghi«, publicado a principios de septiembre, pone el foco en la necesidad de que Europa reaccione ante los cambios geopolíticos. Uno de los temas clave del informe, al que dedica un capítulo, es la creación de una cadena de suministro sólida para materias primas esenciales como el litio, el cobalto y las tierras raras. También señala que el acceso a estos recursos no está asegurado, lo que deja a Europa en una posición vulnerable frente a posibles crisis de suministro.
El 13 de agosto de 2020, un año después de que el gobierno danés tildará la propuesta de Trump como un disparate, Estados Unidos alcanzaba un acuerdo con Groenlandia: el proyecto Tabreez recibía una licencia de explotación para iniciar operaciones mineras en la isla.
La globalización ya no es lo que solía ser. Las reglas han cambiado. Estados Unidos y China hace tiempo que lo saben y actúan en consecuencia. Lo que Draghi está pidiendo es que Europa haga lo propio y responda con determinación. La alternativa: una lenta agonía.