Las olimpiadas del amor. No te lo perdonaré jamás, Emmanuel Macron

Atreverse implica no tener miedo a cometer errores o a ser juzgados sin ser comprendido. En una ceremonia de apertura pomposa y con una gran vertiente artística, las drag queens galas han sido víctimas del mismo cinismo que generó la famosa Cabalgata de Reyes de Manuela Carmena.

Lo que muchos tildan de rotundo fracaso, es la máxima expresión de la ambición creativa cuando se arriesga. Puede salir mal, pero por lo menos lo has intentado dándolo todo. ¿Acaso no es lo que hacen los atletas en determinados momentos de su competición? Por muchos fallos cometidos, Francia es el país que ha lanzado un desafío cultural sin precedentes.

En plena euforia deportiva, la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos 2024 ha desatado una polémica en redes que recuerda la que lanzó Cayetana Álvarez de Toledo allá por 2016 con la Cabalgata de los Reyes Magos organizada por la entonces alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena.

Ese “No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena” fue un ataque a la creatividad y a la imaginación al igual que la acusación de blasfemia que ha recibido el equipo organizador por una escena que parece La última cena de Leonardo da Vinci pero en versión drag.

En un mundo de imaginación todo es lícito. Los niños lo saben bien, pero los adultos a menudo lo olvidamos. Nos lo enseña Disney con sus parques de atracción tan pastelosos, y nos lo prohíbe aquel que se apropia de la tradición estableciendo que, en un evento de fantasía, la vestimenta de unos reyes tiene que ser la del belén napolitano del siglo XVII porque así lo establece la norma. La ceremonia de los Juegos ha desafiado la norma, porque los franceses son conscientes de que solo cuando desafías el status quo puede que cambien las cosas.

El amor es una fuerza tan potente que no deja a nadie indiferente. Por eso, a menudo pasa que al lanzar un mensaje impregnado de amor, respeto e inclusión, al igual que hizo Jesucristo, se desaten respuestas de odio y ganas de persecución por parte de personas que tienen miedo al cambio.

Vivimos esta misma situación cada día, donde desafíar lo establecido es pecado. Pero también nos lo repiten series japonesas como Attack on Titan, donde un conflicto milenario despierta la consciencia de lo importante que es dialogar y no seguir matándose ciegamente hasta llegar a un genocidio.

Ese odio que enciende las acusaciones en redes como una antorcha olímpica insinuando que los Juegos Olímpicos se han vuelto una manifestación de exaltación woke y que el movimiento LGTBIQ+ es un grupo de personas blasfemas extravagantes que no tiene respeto alguno por el Cristianismo, mofándose de nuestro señor Jesucristo y de unos de los cuadros más emblemáticos de la historia del arte.

Como dirían los Beatles, “All you need is love” para poder entender que nada de lo que se ha hecho el jueves pasado y que se ha transmitido en mundovisión tiene la intención de ofender o ultrajar.

Para empezar, si el mensaje es amor, diversidad, integración y respeto, ¿en qué cabeza hueca surge la duda de que el espectáculo está hecho para desprestigiar los valores cristianos de amor y respeto?

Se ha desatado una larga discusión sobre si la escena de varias drag queen detrás de una mesa sea una representación caricaturesca de La última cena de da Vinci o si representa más bien el vínculo con la antigua Grecia y el dios Dionisos en un banquete renacentista opulento y exagerado.

Thomas Jolly, director de arte de la velada, ha afirmado que la inspiración es puramente griega en cuanto hace referencia al dios de las celebraciones y crea un vínculo conceptual con el origen helénico de las olimpiadas.

En redes la gente se ha dividido entre los que afirman que es claramente La última cena de da Vinci y los que dicen que es un cuadro renacentista titulado El festín de Dionisos. Además, hay quién afirma que es una parodia y quien afirma que es una versión contemporánea de un clásico, sea el cuadro que sea.

Jolly rebate que durante la escenificación, en la mesa aparece tumbado un Dionisos pintado de azul, que nada de referencias cristianas. Es todo helénico pagano de pura chepa.

Sea como sea, personalmente me parece una mezcla de las dos ideas y en ningún caso es una mofa de la religión. Aunque fuese una representación drag de La última cena, sería una exaltación de ese ideal romántico, un poco barroco y glamour, de la visión del cristianismo como religión del amor y de la diversidad que se acercaba a los excluidos y los renegados. Muchas veces, parece que la gente que defiende la tradición y se siente ofendida, olvida que una figura tan clave para la humanidad profesaba rodearse de todo lo que el resto de la sociedad rechazaba.

Al igual que Jesús perseguido y crucificado, Thomas Jolly ha sido perseguido y ultrajado sin que se le comprendiera. Hasta han llegado amenazas de muerte y de tortura para la dj Barbara Butch denunciadas por su bufete de abogados.

Luego habría que recordarle a la gente que grita blasfemia que Leonardo —el mismo que pintó La última cena— puede que fuera un pelín gay y que pasó por juicio de sodomía en 1476 acabando también en la cárcel. 

Aunque fuera una referencia al famoso cuadro italiano, no se llega a entender porque los Simpson pueden hacer su versión, y tampoco porque algo tan pop pueda ser interpretado por miles de personas, pero si aparecen unas drag queen en el escenario se les tilda de blasfemas. Hasta llegar a ver mensajes en redes que preguntan ¿por qué no han hecho eso con símbolos de otras religiones?

Nada más lejos de la realidad. Rupaul Charles, el mismo fundador de Rupaul’s Drag Race, el famoso reality norteamericano, es un ferviente católico que promueve la religión y el mensaje de amor en todos sus programas, acabando cada capítulo con la famosa frase: “If you don’t love yourself, how in the hell you gonna love somebody else. Can I get an Amen?”. (Si no puedes amarte a ti mismo, ¿cómo demonios puedes amar a alguien más?)

Es aún más absurdo cuando tomamos en consideración que nadie ha dicho ni mu por la actuación de Gojira con una serie de María Antonietas decapitadas asomando por las ventanas del Palacio La Conciergerie junto al río Sena. Todos sin pestañear viendo una mujer decapitada, pero por un puñado de drags que lanzan el mensaje de que el amor es diversidad ha habido despliegue de antorchas y tridentes, olvidando que la Francia barroca fue un derroche de estética erótica y libertades, así como hoy en día el país lanza un mensaje esperanzador de amor y apertura frente a la violencia de la guerra.

Por no hablar de que dentro de los equipos participantes están Rusia e Israel. Ejém… Eso puede ser integración y tolerancia extrema, pero un espectáculo contemporáneo se tiene que cancelar porque aparentemente ofensivo y woke.

¿Enfrentarse o amar? Es el gran dilema que nos proporciona la ceremonia inaugural. Y nos está tocando uno de los momentos más álgidos de la polarización y del enfrentamiento.

Si defendemos la tradición tanto hasta el punto de no entender un acto artístico contemporáneo, acabamos siendo como los fariseos que criticaban a Jesús y sus discípulos por no respetar sus leyes. Acabamos siendo como aquellos romanos que decidieron matar a uno de los símbolos del amor y de la fraternidad.

Nos sorprendemos y criticamos a un país cuyo lema es “Liberté, Egalité, Fraternité” que decide hablar de respeto y diversidad en una actividad cuyos valores son los mismos para fomentar una competición sana basada en la inclusión.

Ahora bien, si nos ponemos en el lugar del comité olímpico, ¿de verdad creemos que alguien hubiera sido capaz de venderle la idea de hacer algo irrespetuoso hacia alguna religión o creencia? Si así fuera, sería un genio del mal, a la par del Joker.

Está bien criticar una actividad que ha nacido del atrevimiento, porque no es perfecta y puede tener muchos aspectos que mejorar. El hilo narrativo muy ecléctico por ejemplo o haberse gastado 1.400 millones de euros en intentar bonificar un río que está podrido desde hace siglos. O que las olimpiadas son una horterada tremenda que destroza países al igual que un mundial de fútbol. Sin embargo, hay que reconocerle a los gabachos que han sido muy creativos y que nos han invitado a dejar libre la imaginación en un popurrí de referencias y efectos especiales kitsch donde Assassin’s Creed ha sido uno de los fil rouge de la kermesse.

En un mundo tan racional de unos y ceros, algoritmos y distopías de inteligencias artificiales a punto de controlarnos, deberíamos apreciar la imperfección y la capacidad de jugar y mantener el niño interior vivo —para citar Jean Jacque Rousseau— sin la necesidad de juzgarlo bajo la lupa de la intolerancia y de la superioridad moral porque es lo único de humano que nos queda que una máquina todavía no puede replicar.

Anda, ama y sé libre y, de paso, deja de dar el tostón a la gente que se atreve.

*Francesco Maria Furno es fundador del estudio de diseño Relajaelcoco. También es profesor en el Instituto de Empresa en Madrid y en Segovia. Se ocupa del diseño de marcas y estrategia y le fascina la cocina como acto social.

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