¿Puede ChatGPT amenazar el negocio de Google?

Aunque GPT-3 existe desde hace más de dos años, OpenAI acaba de dar en el clavo al ofrecerla en formato conversación. Internet se ha inundado de ejemplos de su impresionante nivel de producción, sin embargo, los escasos emprendimientos en los que se usa y un puñado de ejemplos de sus fallos bastan para comprobar todo el camino que tiene por delante.

Hacía tiempo que un servicio o aplicación no se “ganaba internet” como lo ha hecho ChatGPT en los últimos días. Durante años hemos probado traductores, generadores de imágenes, otros generadores de texto y hasta transcriptores de conversaciones y entrevistas, pero no ha sido hasta ahora cuando OpenAI ha dado con la clave para que las inteligencias artificiales (IA) generativas conecten y se viralicen a gran escala: darles formato de conversación.

Eso y ofrecerlo gratis. Aunque probablemente esto último no durará mucho si atendemos a las palabras del CEO de OpenAI apuntando a los desorbitados costes de ChatGPT. Mientras, pasamos los días jugando con ella, nos asombramos unos a otros con las proezas de esta IA, le buscamos fisuras, analizamos sus estrategias para no entrar en polémicas, sexo o temas violentos, y compartimos ejemplos de cosas que no creíamos que una máquina pudiera llegar a hacer. Como el periodista Javier Lacort afirma en Twitter, el nivel de ChatGPT es tan asombroso que no puede ser acogido con cinismo.

Para demostrarlo, he anotado las cuatro ideas que tenía perfiladas para esta columna y le he pedido a la IA que las desarrolle. El resultado ha sido sorprendentemente digno. Trabajos escolares, código de programación, respuestas a preguntas difíciles o con truco, conversaciones con alusiones a lo comentado hace minutos, cambios de idioma, borradores de contrato… Ya he perdido la cuenta de momentos “wow” de ChatGPT estos días en redes, blogs y listas de correo.

El sistema llega, además, a un sector tecnológico que está en horas bajas, con más noticias de despidos y recortes que de inversión y lanzamientos. Y todo ello justo después de la última crisis que ha dejado tocados a la Web3 y al mundo cripto. Por eso no es de extrañar que todas las miradas tecnoptimistas se hayan vuelto hacia la inteligencia artificial. Los techies por fin tenemos a nuestro alcance una tecnología dura, fruto de años de investigación y con potencial de impacto real en la sociedad y en nuestras vidas. Hay quienes llevamos tiempo apuntando que, si hay una candidata clara a gran plataforma tecnológica que dominará tras la crisis, esa es la IA.

Como ha sucedido siempre, nos hemos venido arriba y ya hay incluso quien afirma que esto “lo cambia todo”, que la inteligencia artificial general está a la vuelta de la esquina y que OpenAI se va a comer a Google y a la web entera, y que sustituirá a decenas de empleos humanos. A los tecnólogos no se nos puede dejar solos, eso está claro. Necesitaríamos que alguien nos recordara que la API de GPT-3 está disponible desde 2020. Eso significa que, desde entonces, cualquiera puede intentar montar aplicaciones y servicios sobre este modelo de lenguaje que tan flipados nos está dejando estos días (aunque es justo reconocer que ChatGPT es una versión algo mejorada).

El caso es que apenas he dado con un puñado de proyectos que estén aprovechando el enorme potencial de GPT-3 para abrirse paso. Jasper utiliza la API de OpenAI para crear contenido de marketing y anuncios para redes sociales, y es quizás la estrella emergente, si atendemos a los 1.500 millones de su última valoración, un modelo que también sigue Copy.ai. Hay otros proyectos interesantes, como el editor Lex, que usa GPT-3 para luchar contra la parálisis del folio en blanco, y dos de mis favoritos: Ai Dungeon, que genera juegos de aventuras basados en texto, y Replika, la app “amiga/o virtual”. Aunque, dadas las limitaciones de OpenAI en cuanto a temas violentos y de carácter sentimental/sexual, ambas cambiaron de modelo de lenguaje.

No he dado con más proyectos de cierto éxito basados en GPT-3, lo que resulta sorprendentemente escaso para los más de dos años que lleva disponible esta tecnología tan revolucionaria. Quizás la explicación a esta dificultad por poner en producción servicios de valor esté en la decisión de Stack Overflow, el foro de preguntas y respuestas de programación más utilizado por los profesionales. Sus responsables han prohibido utilizar código generado con ChatGPT para responder a las preguntas. El motivo aducido es que lo producido por la IA de OpenAI suele tener muchos errores, y temen una avalancha de contenido que estropee la experiencia del sitio.

Y es que hay contextos en los que, si el servicio no es 100% riguroso, no lo es nunca. ChatGPT responde con convencimiento y ofrece un discurso aparentemente con sentido, pero, al igual que sus mejores momentos resultan impresionantes, también encontramos errores infantiles, fallos garrafales y empecinamientos incomprensibles. Si uno le pregunta por países cuyo nombre empieza y acaba por la misma letra, la respuesta es disparatada. Aunque si le corriges, reconoce el error, “aprende” y mejora para la siguiente pregunta. Lo mejor y lo peor en la misma conversación.

¿En qué casos de uso admitiremos este alto nivel de incertidumbre y su falta de consistencia y en cuáles no? El mercado ya nos está dando alguna pista: para contenidos marketinianos de bajo nivel, para probar ideas para anuncios en Internet y para chatear y compartir los resultados. Pero parece improbable que pongamos a GPT-3 al frente de nuestros servicios de atención al cliente ni a producir código que tengamos intención de utilizar, ni que estemos preparados para un internet lleno de contenidos generados por la IA.

La gran pregunta, sospecho, es si esta dificultad para el paso a producción es algo inherente a esta generación de modelos de lenguaje auspiciados por la aparición de Transformer o, como otras veces en inteligencia artificial, es cuestión de tamaño. En la visión más pesimista de los críticos, estamos ante una producción de cháchara sin sentido porque estas máquinas probabilísticas sólo saben manejar símbolos mientras carecen de conocimiento alguno sobre el mundo.

Los más creyentes se sitúan en el otro extremo. Si la consciencia es un fenómeno emergente que generó la evolución tras agrandarse los cerebros y aumentar el número de neuronas, no sería descartable que lleguemos a la IAG (inteligencia artificial general) por la vía de modelos del tipo de ChatGPT de mayor tamaño. GPT-4 está a la vuelta de la esquina y se espera que tenga 500 veces más parámetros que GPT-3. Si ahora estamos con la boca abierta, no estamos preparados para el siguiente nivel.

Nuestra capacidad para predecir los efectos de una tecnología transformadora es muy limitada. Ya hemos discutido que una IA parezca que consciente sin serlo basta para cambiar nuestra visión del asunto por completo. Cuanto mejores resulten las versiones del modelo, más plausible será que podamos cederles las riendas en ciertas situaciones. Lo que parece más probable, de momento, es que vayamos hacia una creatividad asistida por inteligencia artificial. Dibujando, escribiendo o programando tendremos atajos, sugerencias de nuevas ideas o indicaciones de por donde deberíamos seguir. Una suerte de “autocompletar para todo” que aumentará la productividad, pero que, de momento y como mucho, solo nos aligerará las tareas de más bajo nivel del proceso creativo. Habrá cada vez más valor en la ideación, y menos en la técnica para implementar esa idea o solución.

La inteligencia artificial está explotando y no descartaría que su eclosión provoque una situación paradójica. Si usamos ChatGPT, de inmediato notamos que es robótica y fría, una representación de lo políticamente correcto elevado a la enésima potencia. También sentimos que no está diseñada para ofrecernos la verdad, sino una respuesta aparentemente convincente. En un mundo sobresaturado de contenidos generados por IA, lo original, lo auténtico y lo respaldado por una marca reputada podría acabar estando mucho mejor valorado.

Sobre la firma

Antonio Ortiz

Ingeniero Informático, pero de letras. Fundador de Xataka, analista tecnológico y escritor de la lista de correo 'Causas y Azares'

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